sábado, 25 de abril de 2015

COMPRAR EL FUTURO.


 
            Yo provengo de una familia de comerciantes. Mis padres lo fueron en su momento, mi abuelo también (en su negocio de Villanueva de Carrizo), mi hermano lo hace actualmente en su tienda en el centro de la ciudad de León. Tal vez por ello mismo he desarrollado una mayor sensibilidad hacia la actividad comercial.

            Hace unos días escuchaba a mi hermano una entrevista, en la que explicaba la filosofía de su negocio, con la que me sentía plenamente identificado. Creo que en el acto de compra los consumidores hacen también una elección sobre el futuro de una población. Así desde la perspectiva de “pensar en el cliente” se eligen productos de calidad que satisfagan a su clientela y para ello deben pasar la prueba del que lleva ese producto a su establecimiento. Ese sería el primer filtro que exige examinar la oferta existente, conocer las novedades...

            Además frente a los mercados globales, el pequeño comercio dirige el producto que tiene a los proveedores locales y la producción más artesana. No es algo exclusivo sino que además debe de reunir el anterior, que sean productos de calidad.

            Desde esa perspectiva se favorece por un lado una producción de calidad y por otro el desarrollo de economías en las zonas más próximas. También tiene consecuencias ecológicas ya que ese consumo por un lado de acuerdo a los propios ritmos naturales (con productos en la estación a la que le corresponden) y por otro evitando costes innecesarios en  el transporte (costes económicos pero también ecológicos). Alterar esos ritmos naturales de la presencia de productos en el tiempo que le corresponde también afecta a la propia calidad del producto, a su sabor y a su precio. Diríamos que es bastante habitual que en esa alteración de los ritmos naturales se compre un producto peor a un precio más caro. No parece que ello tenga mucha lógica.

            Todo ello es lo que yo denomino “comprar el futuro”. El favorecer el comercio local que a su vez promociona la compra de productos artesanos de calidad en las poblaciones próximas, produce flujos económicos que inciden directamente en esos territorios. Se promueve empleo unas veces directo y otras indirecto. El dinero que  productor y vendedor generan con su negocio revierte directamente en la economía local en tanto ellos gastan también en ese propio medio. Frente a ello hay otras alternativas que llevan su beneficio fuera. Esta misma filosofía se podría aplicar cuando la elección se debe establecer entre empresas radicadas en España o fuera. Es decir ese “comprar el futuro” tiene unas consecuencias económicas claras.

            Además también las tiene en el plano de la ecología, en la preservación del propio medio natural. Para empezar contribuye al mantenimiento de nuestros pueblos, muchas veces esas industrias artesanales se ubican en pequeñas poblaciones a las que logran revitalizar en función de esa actividad que empiezan a desarrollar. Otro medio es acercar los ritmos de producción natural a los momentos de consumo. El futuro de ese medio natural también se elije en el momento de la compra.

            Creo en la libertad de elección y no en aquellas iniciativas que imponen una política proteccionista con criterios puramente políticos. Sería el caso de lo que hace “Tierra de Sabor” que busca imponer a los productores y consumidores unas normativas puramente de contenido ideológico. Es lo que yo aludía en otro artículo que titulaba “Tú comes, lo que yo (La Junta) digo”. Además es la protección de lo castellano contra lo leonés (de la que promueve su desaparición). Frente a esas imposiciones “por decreto” creo que hay que impulsar   en los consumidores  un tipo de conducta que es el que hemos tratado de explicar en este artículo.

            Cuando el producto “habla” a través de la persona que te atiende tiene un valor absolutamente distinto de ese otro producto impersonal que se encuentra en una estantería sin más. Cuando en ese “hablar” del producto trasciende el conocimiento y el convencimiento del vendedor desde posiciones honestas ello repercute directamente en beneficio de la compra.

            Todo ello tiene impacto directo en productos “no estandarizados” e incluso más en los de compra ocasional que en los de compra más diaria y habitual. En lo que compramos cada día tenemos más criterios propios que en esa otra compra que hacemos más esporádicamente. 

            Es fundamental que se establezca una conexión entre “producto” y “comprador” y ello se hace en el pequeño comercio que conoce tanto a su producto como los gustos y preferencias de sus clientes. Incluso cuando ese comprador no es habitual y entra por vez primera al establecimiento tiene la oportunidad de expresarlas de hablar con aquel que le vende y con ello aumentan las posibilidades de acertar en la elección.

            Comprar el futuro es tarea de todos y creo que ya hemos dejado pasar demasiados “trenes”.

            David Díez Llamas. Sociólogo (Dedicado a mi hermano Luis Miguel)

lunes, 13 de abril de 2015

EL DESTIERRO DEL PENSAMIENTO.


 
          Creo que fue Benjamín Franklin quien definía al hombre como “el animal que fábrica herramientas”. En ellos se conjugaba tanto “el hacer” como “el pensar”. Sin embargo en la sociedad en la que estamos y en las que algunos nos visualizan para el futuro se “destierra tanto el hacer como el pensar”. Diría que con ello se nos hace “menos humanos” y que más que aumentar nuestras capacidades diríamos que las disminuyen.

          Es el modelo social en el que todo se nos da hecho. Es la casa en la que prácticamente puedes hacer todo sin levantarte de tu cómodo asiento. Es ese hogar demótico en el que con un mando se controla desde las ventanas hasta las inversiones de nuestro dinero, pasando por visualizar lo que hacen nuestros hijos en cada momento…

          Yo no estaría seguro de que esa sociedad que se nos dibuja mejore nuestras condiciones de vida. Nos convierte en seres bastante amorfos y dependientes de otros. Por ello mismo también menos libres en nuestras decisiones y en nuestra forma de actuar. Además puede promover la desigualdad social en cuanto el acceso a esas condiciones de vida no será uniforme sino que todo ello tendrá un coste determinado al que todos no podrán llegar ni por condiciones económicas ni por conocimiento.

          La sociedad que se nos dibuja en el futuro es aún más individualista que la actual. Se promueve la relación con la máquina en muchos casos como sustitución de la que puede darse con las personas. Podríamos decir que se “digitaliza la conversación” entre personas y que la gestualidad de una sonrisa se convierte en un mero icono.