Hace un tiempo me
propuse reflexionar sobre los rasgos que vienen a caracterizar la personalidad
leonesa a lo largo de su historia. Todo ello desde el convencimiento de que los
rasgos esenciales del ser humano son comunes a la propia especie. Somos iguales,
pero también diferentes. No seremos únicos pero tampoco somos clones.
Al final esas
reflexiones derivaron en un libro “la personalidad leonesa” que en su momento
se editó en forma de trilogía conjuntamente con “el proceso autonómico leonés”
y “la identidad leonesa”.
En mi opinión uno
de los rasgos que viene a definir esa personalidad leonesa es precisamente el
valor que concede a la libertad. El leonés gusta de gozar de su libre albedrío y
es poco proclive al sometimiento a una norma determinada. No creo casual que en
la historia leonesa se puedan encontrar grandes referentes políticos tanto en
el anarquismo (Durruti, Pestaña, Abad de Santullan) como en el liberalismo
(Gumersindo Azcarate, Díaz Caneja, Pío Gullón o Fernando Merino). Desde
diferentes ópticas ambas corrientes ponen en valor la defensa de las libertades
personales frente a todo aquello que busca la regulación social.
El
distanciamiento frente a los reguladores es especialmente importante cuando los
leoneses no han participado en la creación de la norma. El premio nacional de
poesía Juan Carlos Mestre hacía referencia a esa forma de pensar y sentir
cuando afirmaba “me dirijo a los que se
niegan a obedecer y dicen soy libre”.
A la vez
podríamos decir que el leonés compagina ese espíritu libre con un aire muy
contenido en sus formas de expresión. Diríamos que es una libertad que se
expresa más desde el ámbito individual que desde el social. Con ello pierde
gran parte de su “potencial revolucionario”.
Así tenemos que
el valor de la libertad en el leonés va muy unido a otro rasgo importante de
nuestra personalidad como es el individualismo. No es nada fácil que los
leoneses se unan en un proyecto común. Somos más amigos de “ir por libre”
aunque ello muchas veces perjudica el alcanzar las metas que se pretenden conseguir.
Así podemos ver la dificultad de los leoneses para establecer agrupaciones
sociales que sean perdurables en el tiempo.
Ese valor de la
libertad se puede visualizar perfectamente si repasamos algunas de nuestras
tradiciones. En el eterno debate entre “foro u oferta” recoge año tras año el
que la ciudad hace entrega de unas determinadas ofrendas al cabildo como un
acto “libre” (como oferta) mientras que la representación eclesiástica lo
recibe como obligación (como foro). Otro ejemplo de esa defensa de las
libertades se da en la rebelión frente al tributo de las cien doncellas.
Sánchez Albornoz
en su obra “Sobre la libertad humana en
el reino Astur Leonés hace mil años” dice textualmente “mientras en tierras asturianas y galaicas es posible documentar
numerosos siervos e incluso abundaron en tierras portuguesas…en la zona leonesa
hallamos muy pocos testimonios de población servil”. Diríamos que ese valor
que los leoneses dan a las libertades es algo que se ha ido sedimentando a lo
largo de su propia historia.
Ese afán de
defensa de las libertades unido a la condición de personas individualistas ha
llevado a que el leonés no haya sido nunca especialmente amigo de delegar el
poder en otros. Se podría decir que tampoco la experiencia de haber delegado
ese poder ha sido especialmente positiva. No hay más que recordar lo que fue en
su momento la actuación de Rodolfo Martin Villa en el proceso autonómico
leonés.
En los concilium
que se recogen en el Fuero de León o en los concejos se puede ver el deseo de
los leoneses de decidir por ellos mismos sus asuntos sin necesidad de
intermediarios. Se puede decir que en nuestro derecho consuetudinario se tiende
a primar la libertad del individuo siempre y cuando no lo sea en oposición a
los derechos de la colectividad. El leonés viene a decir que si algo afecta a
unas determinadas personas, son esas personas las que deben establecer las
normas y no someterse a dictámenes que le son ajenos a ella.
Esa defensa de
las libertades también ha tenido su plasmación en el plano sexual. El instituto
de sanidad de los Ángeles sitúa al condón maragato como precursor del
preservativo. La cohabitación prematrimonial se recogía en costumbres como la “ceiba” o “el devotu”.
La búsqueda de la
libertad fuera de esas normas reguladoras la podemos ver en los filandones que
fueron duramente criticados por algunos curas y obispos que los consideraban “conciliábulos de murmuración y pecado”.
Podríamos decir
que a día de hoy ese carácter leonés un tanto anárquico se deja ver incluso en el
tránsito peatonal por sus calles y en la actitud de muchos peatones ante los
semáforos. El individualismo leonés hace que esa defensa de las libertades se
pueda ver en mucha mayor medida en los planos individuales que en los sociales.
Sería una forma de “resistencia pasiva” (tal vez en exceso) ante las
imposiciones.