jueves, 21 de mayo de 2020

LA NORMALIDAD.




          Con la evolución de la pandemia hemos escuchado una expresión que para mí, al menos, era nueva es la que  hace referencia a la transición a “la nueva normalidad”. Mi admirado Rafael Nadal al ser preguntado sobre esto contestaba que él lo que quería era “la vieja normalidad”.

            Podríamos decir que se ha abierto el debate sobre lo que es y significa “la normalidad”. Sobre ello se han adoptado perspectivas muy diferentes. Por ejemplo, uno de los padres de la sociología Emile Durkheim estudiaba el suicidio por cuanto lo consideraba un hecho “normal”. En su perspectiva el suicidio era un hecho normal por cuanto se daba en todas las sociedades y en todos los tiempos. Es decir vinculaba la normalidad a un hecho que se repetía de forma regular en distintas sociedades y períodos de tiempo. En ese sentido el asesinato también podría ser considerado un “hecho normal”.

            Otra perspectiva muy distinta es la que vincula la normalidad a “la norma social”. Desde ese punto de vista es claro que los asesinatos o los suicidios no entrarían en la normalidad social. Aquí entran los componentes éticos que no contaban en esa normalidad estadística de Durkheim. Así al que por algún  motivo se salta alguna norma social se le insulta y se le denomina anormal (no normal). Es decir hay una sanción social al que se sitúa fuera de esa normalidad.

            También en ese debate sobre lo que es y significa la normalidad ha entrado Nassim Nicholas Taleb con su obra “El Cisne Negro”. Su tesis central es que los sucesos extraordinarios y de gran impacto entran también en lo que pudiera considerarse la normalidad social. Viene a decir que aunque la mayoría de los cisnes son blancos no hay que olvidar que también hay “cisnes negros”. En nuestro caso podemos decir que las pandemias no son tampoco algo nuevo, el mundo ha ido conviviendo con ellas a través de los siglos. Tal vez hemos vivido en una cierta ilusión y el Covid-19 nos ha despertado rápidamente. La historia nos puede recordar enfermedades que han asolado el mundo en diferentes épocas. Como diría Taleb “nos centramos en segmentos preseleccionados de lo visto, y a partir de ahí generalizamos en lo no visto”.

           
En ese sentido Taleb es enemigo absoluto de todo lo que sea hacer predicciones ya sea en la economía o en cualquier otro ámbito. Su ejemplo favorito es el pavo que como todos los días es alimentado, lo habitual es que se piense que el día siguiente también será alimentado, pero claro llega el día de acción de gracias y ese pavo es sacrificado. Las observaciones de lo que ha ido ocurriendo cada día no han servido para pronosticar lo que le va a ocurrir.

            Creo que efectivamente el hacer pronósticos sobre el futuro no suele dar buenos resultados. Por ejemplo en el año 2004 una revista que considero de gran prestigio (National Geographic)  titulaba su número de junio “El fin del petróleo barato” e incluso apuntaba precios por encima de 100€. En esta crisis el crudo de Texas ha llegado a cotizar en negativo (en base a los costes de almacenaje). Sin embargo seguiremos haciendo predicciones de cómo será el mundo en el año 2070.

            Esta crisis desde luego vendría a afirmarnos de que “no hay enemigo pequeño” y también supone un aviso de que “no somos tan grandes como nos creíamos”. Hemos pecado de excesivamente presuntuosos. Coincido con ese autor cuando afirma que “abandonados a nuestros propios recursos, solemos pensar que lo que ocurre cada diez años, en realidad sólo ocurre una vez cada cien, y que además, sabemos lo que pasa”.

            El ser humano necesita encontrar explicaciones a las cosas. Resulta excesivamente habitual el culpabilizar “al otro” de los males que nos puedan acontecer. Es difícil admitir que hay muchas cosas sobre las que carecemos de explicación. Nuevamente hay que hacer una llamada a la humildad y evitar la soberbia de aquellos que nos ofrecen soluciones sólo cuando les ha tocado ejercer de oposición.

            La normalidad democrática se asienta en la voluntad de la ciudadanía. El mundo de las redes sociales está llevando a lanzar proclamas (que no ideas) y buscar seguidores que las difundan. Son tribus sociales. Una vez que se forma parte de esa tribu se es muy poco proclive a cambiar de ideas e incluso a escuchar al que piensa distinto.

            Se están dando excesivas tentaciones de imponer los criterios propios a los de los demás. Cuando estamos en una crisis en cualquier ámbito (ya sea una familia, una empresa o una nación) se hace necesario apelar a la unidad y la solidaridad. En situaciones extremas se tienden a producir reacciones extremas. Sin embargo no creo que la división y la fragmentación social nos lleven a la salida hacia alguna “normalidad”. Tenemos dificultad para aprender de nuestros errores pasados.

            Uno se confirmaría que esa “nueva normalidad” a la que se alude sea lo más parecido a la “antigua normalidad”. Para lograrlo todos tenemos que preguntamos qué podemos aportar. Son mucho más necesarias actitudes constructivas que destructivas.

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