Con
la evolución de la pandemia hemos escuchado una expresión que para mí, al menos,
era nueva es la que hace referencia a la
transición a “la nueva normalidad”. Mi admirado Rafael Nadal al ser preguntado
sobre esto contestaba que él lo que quería era “la vieja normalidad”.
Podríamos
decir que se ha abierto el debate sobre lo que es y significa “la normalidad”.
Sobre ello se han adoptado perspectivas muy diferentes. Por ejemplo, uno de los
padres de la sociología Emile Durkheim estudiaba el suicidio por cuanto lo
consideraba un hecho “normal”. En su perspectiva el suicidio era un hecho
normal por cuanto se daba en todas las sociedades y en todos los tiempos. Es
decir vinculaba la normalidad a un hecho que se repetía de forma regular en
distintas sociedades y períodos de tiempo. En ese sentido el asesinato también
podría ser considerado un “hecho normal”.
Otra
perspectiva muy distinta es la que vincula la normalidad a “la norma social”. Desde
ese punto de vista es claro que los asesinatos o los suicidios no entrarían en
la normalidad social. Aquí entran los componentes éticos que no contaban en esa
normalidad estadística de Durkheim. Así al que por algún motivo se salta alguna norma social se le
insulta y se le denomina anormal (no normal). Es decir hay una sanción social
al que se sitúa fuera de esa normalidad.
También en
ese debate sobre lo que es y significa la normalidad ha entrado Nassim Nicholas
Taleb con su obra “El Cisne Negro”. Su tesis central es que los sucesos
extraordinarios y de gran impacto entran también en lo que pudiera considerarse
la normalidad social. Viene a decir que aunque la mayoría de los cisnes son
blancos no hay que olvidar que también hay “cisnes negros”. En nuestro caso
podemos decir que las pandemias no son tampoco algo nuevo, el mundo ha ido
conviviendo con ellas a través de los siglos. Tal vez hemos vivido en una
cierta ilusión y el Covid-19 nos ha despertado rápidamente. La historia nos
puede recordar enfermedades que han asolado el mundo en diferentes épocas. Como
diría Taleb “nos centramos en segmentos
preseleccionados de lo visto, y a partir de ahí generalizamos en lo no visto”.
Creo que
efectivamente el hacer pronósticos sobre el futuro no suele dar buenos
resultados. Por ejemplo en el año 2004 una revista que considero de gran prestigio
(National Geographic) titulaba su número
de junio “El fin del petróleo barato” e incluso apuntaba precios por encima de
100€. En esta crisis el crudo de Texas ha llegado a cotizar en negativo (en
base a los costes de almacenaje). Sin embargo seguiremos haciendo predicciones
de cómo será el mundo en el año 2070.
Esta crisis
desde luego vendría a afirmarnos de que “no hay enemigo pequeño” y también
supone un aviso de que “no somos tan grandes como nos creíamos”. Hemos pecado
de excesivamente presuntuosos. Coincido con ese autor cuando afirma que “abandonados a nuestros propios recursos,
solemos pensar que lo que ocurre cada diez años, en realidad sólo ocurre una
vez cada cien, y que además, sabemos lo que pasa”.
El ser
humano necesita encontrar explicaciones a las cosas. Resulta excesivamente
habitual el culpabilizar “al otro” de los males que nos puedan acontecer. Es
difícil admitir que hay muchas cosas sobre las que carecemos de explicación.
Nuevamente hay que hacer una llamada a la humildad y evitar la soberbia de
aquellos que nos ofrecen soluciones sólo cuando les ha tocado ejercer de
oposición.
La
normalidad democrática se asienta en la voluntad de la ciudadanía. El mundo de
las redes sociales está llevando a lanzar proclamas (que no ideas) y buscar
seguidores que las difundan. Son tribus sociales. Una vez que se forma parte de
esa tribu se es muy poco proclive a cambiar de ideas e incluso a escuchar al
que piensa distinto.
Se están
dando excesivas tentaciones de imponer los criterios propios a los de los
demás. Cuando estamos en una crisis en cualquier ámbito (ya sea una familia,
una empresa o una nación) se hace necesario apelar a la unidad y la
solidaridad. En situaciones extremas se tienden a producir reacciones extremas.
Sin embargo no creo que la división y la fragmentación social nos lleven a la
salida hacia alguna “normalidad”. Tenemos dificultad para aprender de nuestros
errores pasados.
Uno se
confirmaría que esa “nueva normalidad” a la que se alude sea lo más parecido a
la “antigua normalidad”. Para lograrlo todos tenemos que preguntamos qué
podemos aportar. Son mucho más necesarias actitudes constructivas que destructivas.
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