Decía el gran Luis Eduardo Aute que “sólo morir
permanece”. Que la vida tanto en el plano personal como social es un cambio
continuo. Ello era también una invitación a buscar “un mundo mejor”.
En esa misma línea Yuval Noah Harari
nos habla de la revolución científica como el aspecto central que suponía el
cambio de la edad media hacia la modernidad. Ese cambio central se sustentaba
en dejar a un lado las certezas propias de los ámbitos religiosos y dar entrada
al reconocimiento de la duda y de que el saber es siempre un camino. Las
certezas religiosas conducían a un cierto estatismo, por el contrario, la
ciencia sustentaba los avances en considerar que el conocimiento como algo que
era provisional. Así dice que: “La
ciencia moderna se basa en el precepto latino ignoramus: «no lo sabemos». Da
por sentado que no lo sabemos todo. E incluso de manera más crítica, acepta que
puede demostrarse que las cosas que pensamos que sabemos son erróneas a medida
que obtenemos más conocimiento. Ningún concepto, idea o teoría son sagrados ni
se hallan libres de ser puestos en entredicho”. Ese cambio suponía
diferenciar el plano del conocimiento del plano religioso. El experimentar se
reconocía como una importante vía de acceso al conocimiento. Se respetaban las
creencias religiosas, pero desde ese momento se vinculaban más al plano de los
valores. Ya no correspondía a la religión el dictaminar sobre la centralidad de
la Tierra en el universo o sobre la circulación de la sangre.
Podríamos
decir que en el caso leonés el debate no se centra en la idoneidad del actual
marco autonómico. Hay un consenso social en considerar que la autonomía de
Castilla y León ha perjudicado gravemente los intereses de los leoneses. A
partir de ello, la diferenciación se establece en lo que habría que hacer ante
esa situación. Unos somos partidarios convencidos de que si algo funciona mal
hay que cambiarlo. Otros creen que hay que seguir como estamos ante la
dificultad de poder cambiarlo. Diría que esas fueron básicamente las posturas
que se dieron en el último debate sobre este tema en la Diputación de León .
Los que votaron contra la resolución en ningún momento argumentaron en base a
que fuera mejor el actual marco autonómico.
Algunos
pretenden que se acepte este marco autonómico como “un acto de fe” y como algo
“inevitable”. Diría que promueven su aceptación admitiendo incluso el
sacrificio de permanecer en “este valle de lágrimas”. No hay mayores esfuerzos
en indicar que esa pueda ser la mejor opción, no se aportan datos o relatos que
pudieran promover esa aceptación. Es el discurso propio del medioevo en que
“los dirigentes” promueven la aceptación de las cosas como algo inevitable y
que está exento de cualquier discusión. En tanto “acto de fe” se considera que
es algo “para siempre” y no susceptible de cambios o de adaptarse a la voluntad
de las personas. En ese sentido ellos dejan fuera el valor de la experiencia y
lo sustituyen por dictar creencias en función de sus propios intereses.
Frente a ese posicionamiento los
leonesistas si creemos que efectivamente “ningún concepto, idea o teoría son
sagrados ni se hallan libres de ser puestos en entredicho”. Evidentemente
tampoco la autonomía de Castilla y León. Tras más de 40 años si se puede decir
que hay datos suficientes como para considerar que es necesario cambiar. Los
errores no caducan y hay que cambiar a medida que el conocimiento nos demuestra
el error. Nada es inmutable y ese es el principal elemento que define lo que es
el argumento científico del “revelado”. Además, hay que tener en cuenta que
antes como ahora, algunos se erigen en los que sustentan e interpretan esas
revelaciones. Al pueblo en general únicamente le corresponde el obedecer lo que
son sus propias sentencias. Este modelo se contrapone al de una sociedad
democrática en el que el protagonismo esencial está en la voluntad popular.
Imaginemos
que una persona es condenada a muerte. Que se sabe que esa persona es inocente,
pero que algunos defienden que se cumpla su condena ante la dificultad de
cambiar la norma. Para mi ese discurso es inadmisible por cuanto muy por encima
de la norma está la justicia y evitar que se cumpla una condena injusta. La
norma se puede cambiar, lo que no se puede es devolver la vida a alguien que ha
sido condenado a muerte. Este ejemplo también valdría para el caso leonés. Si
algo está mal, perjudica y va contra la voluntad de la ciudadanía hay que
cambiarlo solventando las dificultades que pueda haber en el proceso.
Es
la racionalidad la que debe imponerse. Es un signo fundamental de la democracia
y de la modernidad aceptar que son las personas las que dictan las normas. Las
dictaduras suelen apoyarse en unos designios “divinos” que ellos se encargan de
interpretar (al modo de los talibanes).
La resignación ante la opresión no
creo que sea el camino por seguir. Si algo no funciona habrá que cambiarlo y
esta Comunidad Autónoma ya ha dado suficientes signos de mal funcionamiento.