En su libro “Sapiens. De animales a
dioses” Yuval Noah Harari nos habla de la revolución científica como el aspecto
central que suponía el cambio de la edad media hacia la modernidad. Ese cambio
central se sustentaba en dejar a un lado las certezas propias de los ámbitos
religiosos y dar entrada al reconocimiento de la duda y de que el saber es
siempre un camino. Las certezas religiosas conducían a un cierto estatismo, por
el contrario, la ciencia sustentaba los avances en considerar que el
conocimiento como algo que era provisional. Así dice que: “La ciencia moderna se basa en el precepto latino ignoramus: «no lo
sabemos». Da por sentado que no lo sabemos todo. E incluso de manera más
crítica, acepta que puede demostrarse que las cosas que pensamos que sabemos
son erróneas a medida que obtenemos más conocimiento. Ningún concepto, idea o
teoría son sagrados ni se hallan libres de ser puestos en entredicho”. Ese
cambio suponía diferenciar el plano del conocimiento del plano religioso. El
experimentar se reconocía como una importante vía de acceso al conocimiento. Se
respetaban las creencias religiosas, pero desde ese momento se vinculaban más
al plano de los valores. Ya no correspondía a la religión el dictaminar sobre
la centralidad de la Tierra en el universo o sobre la circulación de la sangre.
A mí
personalmente está situación me recuerda mucho al debate de Castilla y León.
Algunos pretenden que se acepte este marco autonómico como “un acto de fe” y
como algo “inevitable”. Diría que promueven su aceptación admitiendo incluso el
sacrificio de permanecer en “este valle de lágrimas”. No hay mayores esfuerzos
en indicar que esa pueda ser la mejor opción, no se aportan datos o relatos que
pudieran promover esa aceptación. Es el discurso propio del medioevo en que
“los dirigentes” promueven la aceptación de las cosas como algo inevitable y
que está exento de cualquier discusión. En tanto “acto de fe” se considera que
es algo “para siempre” y no susceptible de cambios o de adaptarse a la voluntad
de las personas. En ese sentido ellos dejan fuera el valor de la experiencia y
lo sustituyen por dictar creencias en función de sus propios intereses.
Frente a ese
posicionamiento los leonesistas si creemos que efectivamente “ningún concepto,
idea o teoría son sagrados ni se hallan libres de ser puestos en entredicho”.
Evidentemente tampoco la autonomía de Castilla y León. Tras cerca de 40 años si
se puede decir que hay datos suficientes como para considerar que es necesario
cambiar. Los errores no caducan y hay que cambiar a medida que el conocimiento
nos demuestra el error. Nada es inmutable y ese es el principal elemento que
define lo que es el argumento científico del “revelado”. Además, hay que tener
en cuenta que antes como ahora, algunos se erigen en los que sustentan e
interpretan esas revelaciones. Al pueblo en general únicamente le corresponde
el obedecer lo que son sus propias sentencias. Este modelo se contrapone al de
una sociedad democrática en el que el protagonismo esencial está en la voluntad
popular. Uno diría que esos valores democráticos están en el ADN leonés. Lo
dice muy bien Rogelio Blanco en su libro “Tierra de Libertades” cuando entre
otras muchas cosas afirma que las Cortes Leonesas de 1.188 (que la Unesco
reconoce como Cuna del Parlamentarismo) no deben interpretarse como un hecho
aislado. Efectivamente encajan en una historia en la que podemos encontrar los
Fueros de León, el Regnum Imperium Leonés o los Concejos. Abundando en esto
mismo Juan Pedro Aparicio en su libro “Nuestro desamor a España. Cuchillos
cachicuernos contra puñales dorados” nos habla de cómo el papado fue durante
bastante tiempo un enemigo declarado del Reino de León, con excomuniones a sus
reyes y favoreciendo por ejemplo la separación de Portugal. El Reino de León
apostaba por lo que podríamos considerar una alianza de civilizaciones con otras
religiones, por ello mismo el papado lo consideraba su enemigo. Podríamos decir
que también en la actualidad se viene a dar esa contraposición entre el ámbito
democrático del conocimiento y la experiencia frente a aquellos que simplemente
tratan de imponer su discurso como “acto de fe”.
Hoy como ayer: “Los mandatarios financiaron instituciones cuyo mandato era extender el
saber tradicional con el fin de apuntalar el orden existente”. En el caso
de la Junta de Castilla y León incluso se crea un organismo que tiene como
finalidad principal “fabricar sentimientos de identidad” es la Fundación
Villalar o de Castilla y León. Es el propio Ayuntamiento de Valladolid el que
reconoce que esa es su misión y también se muestra crítico por cuanto ha
fracasado en su intento (a pesar de los muchos millones de euros del erario
público que supone su mantenimiento).
En el siglo XXI es necesario que el
conocimiento se base en la experiencia. Que en ese sentido sea posible siempre
su revisión. Que se evite imponer una autonomía de Castilla y León que ni se
desea ni expresa la voluntad de la ciudadanía.