La
vejez es la etapa de la vida en la que
disponemos de más tiempo para hacer cosas, pero tenemos menos capacidades para
poder hacerlas. En el ámbito social, podríamos decir que está pandemia por una
lado nos ha hecho a todos más viejos y por otro ha provocado el fallecimiento
de muchos ancianos. Más viejos en cuanto nos ha restado muchas capacidades para
hacer cosas. La sanidad se ha convertido en la prioridad fundamental. Las
condiciones de salud de la ciudadanía es el gran foco de atención de los
informativos y también de nuestras conversaciones con familiares y amigos. Nos
hemos dado cuenta que tenemos muchas más limitaciones como sociedad de las que
nos habíamos imaginado. Ello también no deja de ser un signo de envejecimiento
social.
La vejez es
también una contradicción. Por un lado el deseo de esquivar la muerte nos hace
desear llegar a viejos. Sin embargo por otro lado se rechaza el “ser viejo” y
se ensalza el “ser joven”. Podríamos decir que esto se da aún más en nuestra
sociedad actual que tiene entre sus características el promover los mitos de
“lo joven” o “estar a la última”.
La vejez es
también un tiempo en el que se demanda fundamentalmente estabilidad. La mirada
se vuelve más hacia el pasado que hacia el futuro. Los recuerdos cobran
entonces mayor fuerza tal vez por cuanto el porcentaje de vida pasado es
bastante mayor que el de vida futura.
Esta vejez
vive en un medio social que demanda un cambio permanente. El ritmo de esos cambios a mí se me antoja
agotador. No es algo que eliges, sino que se te impone. Cuando crees saber el
funcionamiento de algo, el propio sistema lo cambia y hace iniciar un nuevo
proceso para adaptarte a ese cambio. Además, todo ello viene acompañado del
“allá usted se apañe”. Si esto sucede a nivel general, el problema se hace más
acuciante entre las personas de mayor edad. Así conozco personas ancianas a las
que ha supuesto un verdadero problema el cambio en sus televisores ante la
entrada de la TDT. Podríamos decir que con ello se iniciaba su alejamiento de
los programas de televisión que también eran una entrada del mundo en el salón
de su hogar.
Los
requerimientos sociales cada vez tienen menos en cuenta las características de
las personas mayores. En el ámbito financiero se deja ver en el cierre de
sucursales (especialmente en el ámbito rural) o de los horarios de ventanilla.
También en el hecho de que la operativa para hacer uso de los canales bancarios
por internet se vincula a teléfonos móviles y a múltiples contraseñas. Sin
embargo sigue habiendo personas que ya sea por incapacidad o por voluntad no
tienen móviles y esas personas son fundamentalmente viejos y viejas. Entiendo
que hay que reivindicar que el tener más años no debe ir en detrimento en
perder sus derechos y libertades como ciudadano.
Estos
cambios sociales van asociados fundamentalmente a la pérdida de contacto
personal ya sea en una gasolinera, en la atención telefónica, en la compra o en
el banco. Todo ello lleva a avanzar en la igualdad en la despersonalización. Se
busca conseguir atender a un número igual o superior de clientes con menos
personas.
Este avance
hacia la nada nos lleva a elevar nuestras cotas de individualismo y también de
egoísmo. Además de la propia evolución personal que lleva a incrementar las
carencias, hay una sociedad que cada vez deja más aislados a los viejos. Sus
limitaciones físicas les llevan a poder hacer menos cosas, pero también hay una
dificultad para adaptarse a unos cambios sociales que no les tienen en cuenta.
En mi
profesión como sociólogo he visto como hay estudios de opinión que evitan
preguntar a las personas de más de 64 años. Incluso, en algún caso, he visto
sondeos electorales que no contemplan a las personas de más de esa edad. Es
todo un síntoma de hasta qué punto está sociedad no les tiene en cuenta. Sin
embargo paradójicamente el porcentaje de personas mayores de 64 años es cada
vez más importante. Desde luego se puede decir que esos estudios no recogen la
opinión de la ciudadanía, aunque traten de presentarse como que representan a
“todos”. Es claro que en ese “todos” faltan muchos, pero tampoco al resto
parece importarles demasiado.
Hubo un
tiempo en el que se vinculaba el saber y el conocimiento con la edad de la
persona. La propia denominación de “el senado” recoge en alguna medida esa
idea. Hoy en estos tiempos de la fugacidad de las cosas tal vez sea necesario
volver la vista a nuestro pasado por cuanto en ello también podemos encontrar
respuestas a nuestro futuro. Yo desde luego soy de los que creo que hay que
mirar “el retrovisor” para poder adelantar.