En
mi opinión estamos en una época en la que se “oye” más que se “escucha”. Este
artículo pretende reflexionar sobre esta afirmación que acabo de hacer y
ahondar en lo que son las diferencias entre el oír y el escuchar.
En el “oír”
suele vencer el que más grita o el que habla más alto. Es decir no importa
tanto lo que dice como la potencia con la que emite su sonido. El que escucha
lo hace pensando mucho más en lo que se habla que en la potencia con la que se
expresa.
Cuando lo
que prima es la potencia en la emisión, lo habitual es que sean mensajes muy
cortos. Ya sea para vitorear a alguien o para insultarle, la expresión se
reducirá a una palabra o poco más. El escuchar implica el desarrollar alguna
idea y ello exige una mayor extensión. La potencia en el sonido es más propia
de los mensajes muy cortos.
También
podemos decir que cuando un mensaje se “oye” aquello que se haya podido decir
tiene una duración en el tiempo muy reducida. Tenderá a ser sustituido con
rapidez por otro ya sea por emitirse con mayor potencia o por simple cansancio.
Sin embargo lo que se escucha tiene una mayor duración en el tiempo. Nos da
oportunidad al debate o aumentar nuestro conocimiento sobre algún tema.
Podríamos decir que en unos casos los sonidos “nos resbalan” mientras que en
otros pueden llegar a suscitar el comentario ya sea en sentido positivo o
negativo.
Otra
diferencia entre el oír y el escuchar está en lo que puede ser la trascendencia
de las cosas. Recordamos que se suele decir que muchas veces hay cosas “que por
un oído me entran y por otro me salen”. El grito no se asocia precisamente a un
pensamiento. Cuando escuchamos, fijamos mucho más la atención. Ya sea para
aumentar nuestro conocimiento o para rebatir lo que pueda decir nuestro
interlocutor. En todo caso, ello siempre
marca una mayor trascendencia respecto de lo que se dice.
Creo que en esta sociedad que nos ha tocado
vivir se prima más “la potencia” con la que se dicen las cosas que el contenido
de lo que se está diciendo. Diría que sobran gritos y faltan palabras. Es
por eso que también se puedan echar en falta a los grandes oradores que había
en otras épocas. No encontramos referentes de la oratoria en la política actual
como lo eran en su momento los Ortega y Gasset, Unamuno o Azaña. Ello creo que
es también reflejo de lo que es nuestro propio medio social. La política y los
políticos no son ajenos a todo ello.
Es también
una sociedad en la que los slogans o los tuits cobran protagonismo. Todo tiende
a reducirse a unas pocas palabras. Diríamos que se ha sustituido la tertulia por el tuit. Muchas veces los medios
de comunicación se limitan a recoger lo que han podido decir los diferentes
líderes políticos en las redes sociales. Sin embargo los argumentos exigen un
cierto desarrollo. No es tanto que no se facilite ese argumentario como la
escasa predisposición a escucharlo o leer su contenido. El contacto personal
puede favorecer el diálogo y el contraste de pareceres. Esa comunicación puede
ser mucho más complicada a través de las redes sociales. En ello podríamos
encontrar la causa de que en las redes es más habitual el improperio que la
reflexión. Además hay que tener en cuenta que en esas redes se eligen los
interlocutores y por ello podríamos decir que se da poca oportunidad al
contraste de ideas. Aquí también prima el oír al escuchar.
La
radicalidad se asienta en mayor medida en el grito. Diría que también lo es en
la repetición constante de un mismo mensaje. Se demanda el seguimiento ciego a
una determinada idea. El fascismo siempre se ha asentado en considerar que hay
alguien que piensa por nosotros y nos guía. En ese sentido promueve el
seguimiento a un líder. Fromm vendría a decir que “el fascismo viene a darnos
la fuerza de la que el yo carece”. Existe el riesgo de que por propia comodidad
o por la facilidad con la que nos llegan las cosas, no seamos capaces de
superar esa capa superficial y perdamos los contenidos de una mayor profundidad.
Con Alain Finkielkraut yo también diría que estamos asistiendo a “la derrota
del pensamiento”.
Si usted ha
sido capaz de llegar hasta aquí, habrá podido “escuchar” lo que es mi modo de
pensar sobre este tema. Luego ya será libre de opinar en qué medida refleja o
no lo que sucede en nuestra sociedad. Que el diálogo venza al grito. No importa
tanto el nivel de acuerdo con lo que se pueda expresar como el que se pueda
establecer ese contraste de pareceres.