viernes, 10 de mayo de 2019

¿ALGO MÁS?




          Hemos asistido a algunas campañas excesivamente centradas en demonizar al adversario político. Diría que ello vendría a ser un signo de que tienen pocas cosas que proponer a la ciudadanía.

            Es posible que en el corto plazo, aglutinar el rechazo a determinadas personas, partidos o formas de actuar genere réditos electorales. Sin embargo, al final termina cansando. Uno de los ejemplos de esto mismo sería el que se ha dado con Podemos. El proyectar los papeles de Bárcenas puede resultar efectista pero también es cansino. El elector busca que el político le ofrezca programas de gobierno que mejoren sus condiciones de vida y las del conjunto del país. No puede ser que el único discurso sea el de “lo malo que son los otros”.

            A lo largo de los últimos años ha resultado demasiado habitual que los proyectos políticos se hayan fundamentado en echar “al otro” de la presidencia de gobierno. Ese “otro” ha podido tener diferentes nombres: Felipe González, Aznar, Rajoy y ahora Pedro Sánchez. Aquellos que se presentan a unas elecciones es legítimo que aspiren a gobernar, pero creo que en España (tal vez también en otros países) se ha hecho en exceso lo que podríamos denominar “política en negativo”. Es por eso que en este artículo nos centramos en demandar “algo más” de lo que vaya a ser la crítica al contrario político. Además de negar hay que afirmarse en los contenidos que queremos.

            Tal vez como contrapeso al independentismo catalán en la campaña electoral ha habido una gran referencia el concepto de España. Desde diferentes ópticas se han dado alusiones muy directas. En la campaña socialista (“la España que quieres”), en la de Ciudadanos, en la del PP y desde luego en la de Vox. De esos cuatro partidos tres mejoran los resultados que habían obtenido en las anteriores elecciones generales. En ese sentido el Parlamento resultante va primar en relativa mayor medida el propio concepto de España.

  
          La democracia se asienta en la convicción que la verdad no es única, sino que está fragmentada. En las diferentes opciones políticas podremos encontrar una “parte de verdad”. Diría que lo habitual será que el partido al que se vota reúna un mayor número de adhesiones a lo que puedan ser sus postulados. Sin embargo, es probable que en determinadas cuestiones se pueda coincidir más con otros partidos a los que se ha preferido no votar. Las cosas no suelen ser tan simples como para establecer que votar a un determinado partido significa identidad con todos sus postulados.

            La división social y política lleva a impulsar la necesidad de llegar a acuerdos con aquellos que piensan distinto. El primer paso para ello es el respeto al diferente como condición previa para iniciar unas vías de diálogo. Habrá que explorar hasta encontrar elementos programáticos comunes y habrá que huir de los protagonismos personales. Diría que uno de los principales activos de un país será el ser políticamente estable. Si analizamos países con un alto nivel de desarrollo económico (Alemania, Suiza, Estados Unidos…) encontraremos países con estabilidad política (con independencia de quién ejerza la presidencia en un momento dado). Por el contrario, en los países menos desarrollados encontramos estructuras políticas mucho más inestables (el ejemplo más claro puede ser Venezuela).

            En ese camino hacia el acuerdo que nos lleve al progreso social será necesario el hacer concesiones a lo que otros nos puedan proponer. Hay que buscar “el mínimo común denominador”. No suele ser una buena compañía el encerrarnos en unos “a priori”, ni tampoco el ir al “o todo o nada”. En Alemania cuando Merkel ganó las elecciones y le faltaban unos pocos escaños para llegar a la mayoría absoluta, se planteó la necesidad de llegar a un pacto con el partido socialdemócrata en base a logar una mayor estabilidad política. Se primaba la estabilidad del país a la rivalidad política.  Supieron encontrar puntos comunes suficientes para establecer un programa de gobierno común.

            La fragmentación política actual lleva a la necesidad, cada vez más apremiante, de llegar a acuerdos. El camino hacia ello implica la necesidad de que las campañas no se basen en descalificar, al contrario, sino que se centren en hacer propuestas.

            Diría que el medio social prima los acuerdos y castiga las divisiones. Al menos en el campo electoral. Curiosamente cuando en la denominación de un partido lleva alguna referencia a la unidad suele ser más bien un signo de división interna. Es algo que se desea, aunque no se llega a tener. También hay que decir que en cualquier campo la unidad interna es más fácil fraguarla en las victorias (políticas o deportivas) que en las derrotas.

            En definitiva, diríamos que la España del futuro es la de la necesidad de acuerdos entre aquellos que piensan distinto. Es la España plural que a la vez demanda escenarios de unidad. Los problemas y los retos son lo suficientemente importantes como para que sea una necesidad afrontarlos desde una posición de fortaleza desde “la unidad en la diferencia”.

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