Hemos
asistido a algunas campañas excesivamente centradas en demonizar al adversario
político. Diría que ello vendría a ser un signo de que tienen pocas cosas que
proponer a la ciudadanía.
Es posible
que en el corto plazo, aglutinar el rechazo a determinadas personas, partidos o
formas de actuar genere réditos electorales. Sin embargo, al final termina
cansando. Uno de los ejemplos de esto mismo sería el que se ha dado con
Podemos. El proyectar los papeles de Bárcenas puede resultar efectista pero
también es cansino. El elector busca que el político le ofrezca programas de
gobierno que mejoren sus condiciones de vida y las del conjunto del país. No
puede ser que el único discurso sea el de “lo malo que son los otros”.
A lo largo
de los últimos años ha resultado demasiado habitual que los proyectos políticos
se hayan fundamentado en echar “al otro” de la presidencia de gobierno. Ese “otro”
ha podido tener diferentes nombres: Felipe González, Aznar, Rajoy y ahora Pedro
Sánchez. Aquellos que se presentan a unas elecciones es legítimo que aspiren a
gobernar, pero creo que en España (tal vez también en otros países) se ha hecho
en exceso lo que podríamos denominar “política en negativo”. Es por eso que en
este artículo nos centramos en demandar “algo más” de lo que vaya a ser la
crítica al contrario político. Además de negar hay que afirmarse en los
contenidos que queremos.
Tal vez como
contrapeso al independentismo catalán en la campaña electoral ha habido una
gran referencia el concepto de España. Desde diferentes ópticas se han dado
alusiones muy directas. En la campaña socialista (“la España que quieres”), en
la de Ciudadanos, en la del PP y desde luego en la de Vox. De esos cuatro
partidos tres mejoran los resultados que habían obtenido en las anteriores elecciones
generales. En ese sentido el Parlamento resultante va primar en relativa mayor
medida el propio concepto de España.
La división
social y política lleva a impulsar la necesidad de llegar a acuerdos con
aquellos que piensan distinto. El primer paso para ello es el respeto al
diferente como condición previa para iniciar unas vías de diálogo. Habrá que
explorar hasta encontrar elementos programáticos comunes y habrá que huir de
los protagonismos personales. Diría que uno de los principales activos de un
país será el ser políticamente estable. Si analizamos países con un alto nivel
de desarrollo económico (Alemania, Suiza, Estados Unidos…) encontraremos países
con estabilidad política (con independencia de quién ejerza la presidencia en
un momento dado). Por el contrario, en los países menos desarrollados
encontramos estructuras políticas mucho más inestables (el ejemplo más claro
puede ser Venezuela).
En ese
camino hacia el acuerdo que nos lleve al progreso social será necesario el
hacer concesiones a lo que otros nos puedan proponer. Hay que buscar “el mínimo
común denominador”. No suele ser una buena compañía el encerrarnos en unos “a
priori”, ni tampoco el ir al “o todo o nada”. En Alemania cuando Merkel ganó
las elecciones y le faltaban unos pocos escaños para llegar a la mayoría
absoluta, se planteó la necesidad de llegar a un pacto con el partido socialdemócrata
en base a logar una mayor estabilidad política. Se primaba la estabilidad del
país a la rivalidad política. Supieron
encontrar puntos comunes suficientes para establecer un programa de gobierno
común.
La
fragmentación política actual lleva a la necesidad, cada vez más apremiante, de
llegar a acuerdos. El camino hacia ello implica la necesidad de que las
campañas no se basen en descalificar, al contrario, sino que se centren en
hacer propuestas.
Diría que el
medio social prima los acuerdos y castiga las divisiones. Al menos en el campo
electoral. Curiosamente cuando en la denominación de un partido lleva alguna
referencia a la unidad suele ser más bien un signo de división interna. Es algo
que se desea, aunque no se llega a tener. También hay que decir que en
cualquier campo la unidad interna es más fácil fraguarla en las victorias
(políticas o deportivas) que en las derrotas.
En definitiva,
diríamos que la España del futuro es la de la necesidad de acuerdos entre
aquellos que piensan distinto. Es la España plural que a la vez demanda escenarios
de unidad. Los problemas y los retos son lo suficientemente importantes como
para que sea una necesidad afrontarlos desde una posición de fortaleza desde
“la unidad en la diferencia”.
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