La confianza es un valor esencial en todo sistema
económico. A cambio de nuestro trabajo nos devuelven una modificación en
nuestra libreta/cuenta que es un mero apunte de unos números. La desconfianza
lleva a demandar pagos en metálico, en otros casos incluso se quiere que el
pago se efectué en una moneda diferente de la propia del país. Recuerdo que
hace años en un viaje a Rusia cuando quería dar unos rublos a alguien que
estaba pidiendo en la calle, me encontré para mi sorpresa que esa persona los
rechazaba y me demandaba dólares. Era un signo evidente de que no daba valor a
la moneda de su país. La confianza tiene un precio que respecto a los países se mide en los mercados de prima de
riesgo y en los bancos en el porcentaje de interés que cada banco debe pagar en
el mercado interbancario. A veces se ha
dado la circunstancia de que bancos con dificultades de financiación en esos
mercados interbancarios ofrecían intereses muy altos por el dinero a pagar a
los particulares por cuanto, aún con eso, esos intereses eran inferiores a los que
debían pagar a otros bancos para obtener financiación. Es decir sus clientes
asumían un riesgo al adquirir esos depósitos que otros bancos no estaban
dispuestos (al menos a ese nivel de interés). Nadie está dispuesto a prestar si
no está seguro que ese dinero que ha prestado se lo van a devolver, lo demás
sería un donativo.
En el fondo creo que está crisis es también reflejo de
una crisis de valores. En los mercados tradicionales, el pacto económico se
sellaba con un apretón de manos, había una confianza casi absoluta en que
aquello que se había acordado se cumpliría. Incluso no hacía falta que se
hiciese por escrito, los modos de conducta aseguraban su cumplimiento. Hoy sin
embargo estamos en una sociedad mucho más laxa en sus valores, de modo que
resta fiabilidad a los compromisos adquiridos. Así se genera un proceso que
lleva al progresivo deterioro de las condiciones de vida. El que alguien no
cumpla sus compromisos lleva a la desconfianza y a aquello de que “me lo has
hecho una vez, pero no más”. Sin embargo es muy posible que el incumplidor siga
necesitando una financiación que le será muy complicado alcanzarla con esos
antecedentes.
La crisis griega se inicia y tiene su base en que
anteriores gobiernos falsearon las cuentas del Estado. Había una distancia
importante entre aquello que como país decían tener y lo que realmente tenían. Ahí
se inicia una espiral de desconfianza que se ha extendido a diferentes partidos
y momentos de su reciente historia. En las conversaciones entre las distintas
instituciones y los representantes
griegos el factor fundamental que ha llevado a dilatar las mismas es el de la
“falta de confianza”, de fiabilidad de los interlocutores.
Más allá de una crisis económica o de una crisis
política, defiendo que hay una crisis social. Es algo que he desarrollado en mi
libro ¡irresponsables! Hay que recuperar valores. Tal vez por cuanto resulta
más cómodo, alguien ha considerado que cambiando los líderes o los partidos
políticos los temas se solucionan. Sin embargo en Grecia hemos tenido Gobiernos
de diferentes partidos y signos, pero sus problemas no han hecho más que
agravarse. El cambio debe trascender el marco institucional o político y llegar
al conjunto de la ciudadanía. La catarsis contra la corrupción debe de llegar a
todos los niveles de la sociedad. Se hace necesario un rearme ético que se
extienda a todos los sectores.
Los bulos y mentiras cada vez están más extendidos y las
redes sociales se utilizan para amplificarlos. Se hace complicado diferenciar
lo que es verdad de lo que es mentira. Incluso diríamos que el mentiroso esta “menos
mal visto”, que se acepta la mentira como algo que sin estar bien, tampoco está
demasiado mal. Faltan referentes éticos y se ha hecho demasiado difusa la
diferencia entre “lo malo” y “lo bueno”. Se presume incluso de ser “malo” (por
ejemplo “las chicas malas”) y el bueno se tiende a asociar a un ser asexuado
que además es un poco tonto. Habría que preguntarse ¿Qué tipo de institución es
en este momento la encargada de difundir este tipo de valores éticos?. El que
engaña diríamos que se le atribuye en cierta medida la condición de persona
lista e inteligente, el engañado por el contrario es “un poco bobo por haber
dejado engañarse”. Diríamos que se deja ver la simpatía que siempre nos ha
despertado el pícaro en las novelas de picaresca. .
Podemos decir que en épocas anteriores el decir la verdad
o el “ser bueno” tenía una recompensa en los valores religiosos, en alcanzar el
cielo. Ahora al perder importancia esos referentes religiosos podemos decir que
también se pierden esas referencias de recompensa. Tal vez esta evolución tenga
algo que ver con los cambios que se están dando en el medio social, sin que por
ello hagamos ningún tipo de asociación entre persona religiosa o no religiosa y
“buena persona”.
No creo que quepa desligar a los representantes políticos
del medio social del que proceden. Son el iceberg y a ellos habrá que pedir
responsabilidades por sus actuaciones e incluso que lideren un cambio social de
recuperación de valores. Sin embargo si ese cambio quedase de modo exclusivo en
la esfera política no sería suficiente. El respeto se alcanza desde la
credibilidad que lleva a la confianza. Más allá de los acuerdos puntuales se
hace necesario recuperar el valor económico de la palabra dada.
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