miércoles, 11 de octubre de 2017

SOBRE FILIAS Y FOBIAS EN EL CALLEJERO.


 

          En general diría que hay que devolver al pueblo, lo que es del pueblo, es decir las calles por las que transitan cada día. Hubo una época en que la dictadura usurpo ese derecho y lleno las calles de toda España con los nombres de aquellos que le eran afines. Sin embargo no siempre el nombre oficial que se daba a determinadas calles venía a coincidir con el que se mantenía a nivel popular. Así por ejemplo aunque en la ciudad de León existía oficialmente una calle “Generalísimo” nadie la llamaba como tal y todos nos referíamos a ella como “la calle Ancha”, lo mismo cabría decir de la “plaza de Calvo Sotelo” que todos conocíamos como “plaza circular”. 40 años de dictadura no consiguieron cambiar la denominación popular y con la llegada de la democracia hay un reconocimiento a esa realidad social y la denominación oficial vuelve a coincidir con la denominación popular.

            Sin embargo no se trata de sustituir unas filias por otras ni cambiar unas fobias por otras. Habrá elementos que puedan ser discutibles en lo que es el cambio de nomenclatura de las calles, pero poner en revisión a denominaciones como Espronceda, Bécquer o Machado (como ha ocurrido en Sabadell) no deja de ser una barbaridad manifiesta que es un signo de un maniqueísmo sumamente peligroso.

            Establecer el “cosmos social” en función de lo que es el “cosmos personal” vendría a ser un signo de cualquier dictadura. Una tentación que han tenido siempre algunos dirigentes políticos (de cualquier parte del mundo) es la de dejar su impronta en forma de placa en aquellos edificios, parques…que inauguran e incluso a alguno le han dado hasta su nombre en un afán de indudable protagonismo. También existe en ello el clientelismo de aquellos que buscan complacer  con un reconocimiento en forma de placa a sus “jefes políticos”.

                        Hay que buscar que el callejero de una ciudad sea una representación de lo que son y han sido sus habitantes a lo largo de la historia. Evitar las tentaciones personalistas que se han venido dando de modo que esas calles se conviertan en un espejo de vanidades o de expresión partidista de aquellos que en un momento dado ejercen el poder.

            Las imposiciones que se hacen contra el sentir popular no terminan cuajando ni antes ni ahora. Cuando la ciudadanía no entiende un determinado cambio no lo asume y a modo de resistencia sigue con la anterior denominación por mucho que desde las instancias oficiales se promueva ese cambio. En Bilbao serán muy pocos los que se refieran a la plaza donde se ubica la estatua de Don Diego López de Haro como plaza Biribila (aunque así figure en sus líneas de autobuses) y serán muchos más los que la reconozcan como “plaza circular” o incluso “plaza España”. A los cambios por motivaciones políticas se tiende a oponer una resistencia ciudadana a esos cambios (antes y ahora).

            Podemos entender que no exista uniformidad en los criterios, para ello habrá que buscar la mayor independencia posible y una cierta racionalidad (de la que escapa quitar a Quevedo o Espronceda del callejero). También puedo entender que estos cambios implican unos ciertos costes y que hay que hacerlos de forma conjunta y no por etapas. Ello reducirá la factura económica y también permitirá asumir más fácilmente esos cambios tanto para los residentes como para las personas que visitan la ciudad. Ello claramente sería contrario a que esos cambios se produzcan en función del ganador en cada una de las convocatorias  electorales. En ese sentido es deseable que esos cambios se hagan con el mayor nivel de consenso posible (social y político).

            El sustituir “tus nombres” por “los míos”,  no es el mejor procedimiento. Un ejemplo de esto lo he podido ver en la ciudad portuguesa de Amarante cuyo centro urbano se establece alrededor de lo que es la iglesia de su patrono San Gonzalo de Amarante, sin embargo la mayoría de las referencias a este santo han desaparecido de su callejero para sustituirlas por aquellas propias del partido gobernante del momento.

            Una ciudanía plural debe tener una callejero plural, la uniformidad se establece desde el rechazo a una parte. Tal vez el camino pase por  una cierta despolitización de las denominaciones de ese callejero.

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