martes, 20 de febrero de 2018

LA UNIÓN ES EUROPEA.


 

            A mi modo de ver estamos asistiendo a un debate sobre la integración o la desintegración de la Unión Europea. En diferentes estados han surgido partidos de corte populista que han defendido la desvinculación de sus países del proyecto europeo. Es el caso del UKIP en Gran Bretaña, del Frente Nacional en Francia o también del Movimiento 5 Estrellas en Italia (por poner sólo algunos ejemplos). Son los denominados “euroescépticos” (en mayor o menor medida). Diría que se tiende a rechazar el proyecto de Unión Europea desde la exaltación de lo propio. Otra de sus características es que son movimientos políticos relativamente recientes.

            El éxito del denominado brexit ha alentado propuestas similares en otros países. La crisis económica y el buscar “cerrar fronteras” a la inmigración para proteger el bienestar propio (aunque sea a costa de la desgracia “ajena”) podría estar en el trasfondo de todos esos movimientos. Es decir priman el egoísmo sobre el valor de la solidaridad. Los “supremacistas” de todo tiempo y lugar siempre han tenido esos puntos en común. El auge de estas ideologías ha tendido a conllevar desgracias importantes para la ciudadanía de sus respectivos países y para el conjunto de Europa y del mundo. En la historia ha resultado demasiado dramático el comprender que uno no es tan grande ni tan poderoso como algunos visionarios imaginaban en sus delirios de “purezas de sangre”.

            Europa es bastante más que un marco geográfico. Los requisitos para formar parte de la Unión Europea se adentran en el universo de los valores culturales y democráticos. Tal vez por ello mismo, aquellos que cuestionan el proyecto europeo son precisamente los partidos con un perfil más autoritario en sus planteamientos.

            Este autor se posiciona claramente favorable a un proceso de integración europea que apueste por la unidad desde el respeto a la diversidad y que reúna entre sus valores los principios democráticos y de solidaridad.

            Creo en las uniones que se basan en las adhesiones voluntarias y no tanto en las imposiciones. Es por esto mismo que me identifico con el proyecto de la Unión Europea y rechazo el actual marco autonómico de Castilla y León. Las uniones además de basarse en principios democráticos deben promover el progreso económico y social, hacerlo desde el respeto a los sentimientos de identidad cultural de aquellos que integran esa unidad. En Castilla y León es justo lo contrario, no se asienta en una adhesión voluntaria de la ciudadanía (ni tan siquiera de sus instituciones), ha provocado el declive económico y demográfico leonés y no ha tenido el menor respeto por la identidad leonesa.

            Los españoles estamos en  Europa conservando nuestra propia identidad que no se diluye en la del conjunto. La Unión Europea es mucho más motor de desarrollo económico que freno. Un ejemplo de ello mismo lo podemos tener en Catalunya, cuando ante el riesgo de que un proceso independentista les llevase a quedarse fuera de la Unión Europea y de sus mecanismos reguladores, las empresas han huido para buscar que sus sedes se asienten en lugares donde no se va a correr ese riesgo.

            Habrán podido comprender, por lo que voy diciendo en este artículo, que yo no soy partidario de expresiones como la de “Lexit”. Desde la simplicidad se opta por modelos de imitación que pueden ser más o menos ocurrentes. Somos muchos los que luchando por el reconocimiento de la identidad leonesa en el marco autonómico, también somos europeístas convencidos y desde ese punto de vista el brexit lo interpretamos más bien como una derrota.

            Para mí es claro que los que promueven la independencia de Catalunya se sitúan en el frente antieuropeo. Por ello mismo han contado con el rechazo unánime tanto de la propia Unión Europea como de los diferentes países. Reúne esa caracterización que va desde la apuesta por la disgregación a la de evitar los principios de solidaridad. No llego a entender que se denigre a una zona determinada por tener menos recursos (como se ha hecho reiteradamente con Extremadura o Andalucía). Que ello se haga desde posiciones supuestamente de izquierdas resulta especialmente inaudito.

            Puede no ser casual que el país que acogió a Puigdemont (Bélgica) sea el segundo[1] (entre 29) donde peor ha evolucionado en el 2017 el “Índice de Sentimiento Económico (ESI)” que elabora la Comisión Europea. Es de los pocos países en los que su indicador en diciembre es peor del que se había dado enero de ese mismo año (-1 frente a una media de la Unión Europea de +8).

            Las uniones que se establecen desde la libertad tienden a ser fuente de progreso, las que lo hacen como una imposición derivan en pérdidas de cuota de bienestar. En ese sentido depende del carácter de esa Unión y de cómo se haga para que los resultados de la misma sean favorables o desfavorables. No podemos caer en el simplismo de aceptar o rechazar cualquier tipo de unión política o social. Depende.



[1] El peor sería Eslovaquia con -2.6

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