A mi modo de
ver estamos asistiendo a un debate sobre la integración o la desintegración de
la Unión Europea. En diferentes estados han surgido partidos de corte populista
que han defendido la desvinculación de sus países del proyecto europeo. Es el
caso del UKIP en Gran Bretaña, del Frente Nacional en Francia o también del
Movimiento 5 Estrellas en Italia (por poner sólo algunos ejemplos). Son los
denominados “euroescépticos” (en mayor o menor medida). Diría que se tiende a
rechazar el proyecto de Unión Europea desde la exaltación de lo propio. Otra de
sus características es que son movimientos políticos relativamente recientes.
El éxito del
denominado brexit ha alentado propuestas similares en otros países. La crisis
económica y el buscar “cerrar fronteras” a la inmigración para proteger el
bienestar propio (aunque sea a costa de la desgracia “ajena”) podría estar en
el trasfondo de todos esos movimientos. Es decir priman el egoísmo sobre el
valor de la solidaridad. Los “supremacistas” de todo tiempo y lugar siempre han
tenido esos puntos en común. El auge de estas ideologías ha tendido a conllevar
desgracias importantes para la ciudadanía de sus respectivos países y para el
conjunto de Europa y del mundo. En la historia ha resultado demasiado dramático
el comprender que uno no es tan grande ni tan poderoso como algunos visionarios
imaginaban en sus delirios de “purezas de sangre”.
Europa es
bastante más que un marco geográfico. Los requisitos para formar parte de la
Unión Europea se adentran en el universo de los valores culturales y
democráticos. Tal vez por ello mismo, aquellos que cuestionan el proyecto europeo
son precisamente los partidos con un perfil más autoritario en sus
planteamientos.
Este autor
se posiciona claramente favorable a un proceso de integración europea que
apueste por la unidad desde el respeto a la diversidad y que reúna entre sus
valores los principios democráticos y de solidaridad.
Creo en las
uniones que se basan en las adhesiones voluntarias y no tanto en las
imposiciones. Es por esto mismo que me identifico con el proyecto de la Unión
Europea y rechazo el actual marco autonómico de Castilla y León. Las uniones
además de basarse en principios democráticos deben promover el progreso
económico y social, hacerlo desde el respeto a los sentimientos de identidad
cultural de aquellos que integran esa unidad. En Castilla y León es justo lo
contrario, no se asienta en una adhesión voluntaria de la ciudadanía (ni tan
siquiera de sus instituciones), ha provocado el declive económico y demográfico
leonés y no ha tenido el menor respeto por la identidad leonesa.
Los
españoles estamos en Europa conservando
nuestra propia identidad que no se diluye en la del conjunto. La Unión Europea
es mucho más motor de desarrollo económico que freno. Un ejemplo de ello mismo
lo podemos tener en Catalunya, cuando ante el riesgo de que un proceso
independentista les llevase a quedarse fuera de la Unión Europea y de sus
mecanismos reguladores, las empresas han huido para buscar que sus sedes se
asienten en lugares donde no se va a correr ese riesgo.
Habrán
podido comprender, por lo que voy diciendo en este artículo, que yo no soy
partidario de expresiones como la de “Lexit”. Desde la simplicidad se opta por
modelos de imitación que pueden ser más o menos ocurrentes. Somos muchos los
que luchando por el reconocimiento de la identidad leonesa en el marco
autonómico, también somos europeístas convencidos y desde ese punto de vista el
brexit lo interpretamos más bien como una derrota.
Para mí es
claro que los que promueven la independencia de Catalunya se sitúan en el
frente antieuropeo. Por ello mismo han contado con el rechazo unánime tanto de
la propia Unión Europea como de los diferentes países. Reúne esa
caracterización que va desde la apuesta por la disgregación a la de evitar los
principios de solidaridad. No llego a entender que se denigre a una zona
determinada por tener menos recursos (como se ha hecho reiteradamente con
Extremadura o Andalucía). Que ello se haga desde posiciones supuestamente de
izquierdas resulta especialmente inaudito.
Puede no ser
casual que el país que acogió a Puigdemont (Bélgica) sea el segundo[1]
(entre 29) donde peor ha evolucionado en el 2017 el “Índice de Sentimiento
Económico (ESI)” que elabora la Comisión Europea. Es de los pocos países en los
que su indicador en diciembre es peor del que se había dado enero de ese mismo
año (-1 frente a una media de la Unión Europea de +8).
Las uniones
que se establecen desde la libertad tienden a ser fuente de progreso, las que
lo hacen como una imposición derivan en pérdidas de cuota de bienestar. En ese
sentido depende del carácter de esa Unión y de cómo se haga para que los
resultados de la misma sean favorables o desfavorables. No podemos caer en el
simplismo de aceptar o rechazar cualquier tipo de unión política o social.
Depende.
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