He escuchado muchas veces que “una
imagen vale más que mil palabras”. Sin embargo entiendo que con esa frase se
referían al papel del ejemplo y de las acciones a realizar. Las palabras podían
quedar en nada y si era importante trascender y “pasar del dicho al hecho”.
Sin embargo
hoy diría que en muchos casos “sólo vale la imagen” y no como ejemplo de
conducta. La facilidad y la inmediatez de la imagen gana, frente a tener que detenerse unos minutos a leer lo
que alguien nos desea decir. Yo mismo lo he podido experimentar. No hace mucho
estuve presente en un acto en el que participaban varias personas. Tuvo una
duración de unas 2 horas y en el mismo hablaron hasta 4 personas. Todos los
comentarios respecto a ese acto han sido relativos a la foto asociada al mismo.
Lo que se hubiera dicho en ese acto no se tenía para nada en cuenta (ya sea
para aprobarlo o para rebatirlo). La imagen tapaba cualquier tipo de contenido
que se hubiera dado.
Los medios
audiovisuales van ganando cada vez mayor peso. Sin embargo el pensamiento y la
reflexión exigen unos modos que se vinculan a la palabra ya sea en formato oral
o escrito. El conocimiento evoluciona en base a lo que en otros momentos hayan
podido escribir otras personas. La imagen se desvanece al poco tiempo, es un
signo de la fugacidad en la que vivimos.
Vivimos unos
tiempos que suponen problemas de gran complejidad y que es complicado
abordarlos. Sin embargo a la vez reducimos en gran medida los canales para
abordarlos. La extensión en la capacidad de comunicación es contraria a la
intensidad de esa comunicación. Es decir podemos llegar a mucha más gente a
través de las redes sociales, pero esa comunicación es “menos intensa”. Si
antes había un género literario “epistolar” y basado en las cartas que se
escribían, ahora todo se reduce a unas pocas líneas que se escriben en tu
móvil. Lo que se ha ganado en cantidad, se ha perdido en calidad.
Creo que
además ese valor que va ganando la imagen lleva también una mayor
“privatización” de los canales de difusión. La complejidad para crear y
difundir imágenes es mucho mayor que la que supone el escribir este artículo.
Me refiero a la parte técnica.
A través de
la imagen se busca el impacto, aquello que resulte especialmente llamativo. En
base a ello se quiere que tenga el mayor número de visionados en las redes
sociales. Ese impacto es puntual en el tiempo, el olvido es también muy rápido.
Por otro lado también hay una creciente exigencia de que esas imágenes o videos
no duren más allá de unos segundos.
Con los
medios disponibles hoy es sencillo manipular las imágenes, con lo que se
complica discernir si aquello que vemos corresponde a una imagen real o
manipulada. Lo ficticio va cobrando protagonismo.
Nuestra
sociedad cada vez es más dependiente de aquello que le llega por medios
electrónicos. La cosmovisión del mundo nos llega filtrada por la óptica de unos
medios o de unas redes sociales. Se puede hacer particularmente complicado
establecer criterios propios de evaluación de las cosas.
La sucesión
rápida de los acontecimientos deriva que las noticias se presenten de forma
fragmentada y un tanto deslavazada. Uno diría que la interpretación de las
cosas va asociada al uso de la palabra y por eso mismo muchas veces nos falta. Incluso
cabría decir que hoy una de las profesiones más valoradas son las que se
asocian a la interpretación de los datos. Hay un gran volumen de información
que se hace necesario interpretar.
Podríamos
decir que el conocimiento de una persona o de un determinado tema lleva su
tiempo, si pretendemos pasar del nivel superficial. Sin embargo es bastante
habitual que en nuestra sociedad ese conocimiento se dé simplemente a
“fogonazos”. Con ello es complicado superar la epidermis del conocimiento. La
consecuencia es que todo se hace más fugaz y hay una deriva social sin
encontrar un camino determinado.
Esta
búsqueda atropellada por alcanzar el tiempo, por llegar a lo último, lleva a la
desorientación y a la confusión. Para encontrar soluciones a los problemas es
preciso el análisis. Y claro para llevar a cabo ese análisis es preciso
utilizar la palabra. No se trata tanto de acumular datos como de dar sentido a
aquellos que nos llegan. Habrá que diferenciar lo importante de lo accesorio,
pero claro no siempre lo importante es “lo último”.
Uno desearía
que la imagen no tape a la palabra. Soy de los que sigue creyendo que lo
sustancial de las cosas se encuentra más en lo que alguien escribe o nos cuenta
a través de la palabra. Pero también soy de los que creen que ese papel está
siendo suplantado por la imagen. Sirva este artículo para reivindicar la
palabra.
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