Se dice que Sócrates cuando se logra que
el conocimiento se plasme en documentos escritos, el evito esa posibilidad.
Pero no fue el único, otros como Pitágoras o Jesús de Nazaret también siguieron
optando por la tradición oral. El motivo por el que seguían esa conducta era
por cuanto consideraban que con los libros el saber y el conocimiento era algo
externo a las personas y no intrínseco a ellas. También que ese “depositar el
conocimiento fuera de nosotros mismos” podía llevar a evitar el esfuerzo de la
reflexión. Bastaría tener el texto al alcance de la mano y se evitaría el
esfuerzo por comprender esa información. [1]
Muchos siglos después (en el 2011) un psicólogo social
(Wegner) le vendría a dar la razón. Hace un experimento con voluntarios para
medir la capacidad de recordar. A unos les dice que esa información la pueden
encontrar en un ordenador y a otros no les dice esto. Pues bien el experimento
concluía que aquellos que pensaban que la información quedaba guardada
relajaron el esfuerzo por aprenderla. El conocimiento cada vez más lo
encontramos fuera de nuestra mente y tendemos a recordar más donde lo podemos
encontrar más que el propio conocimiento.
En nuestra época cada vez más el conocimiento es algo que
es externo a nosotros mismos. Ponemos algunos ejemplos. Antes para dirigirte a
un determinado sitio ya fuera en coche o andando seguías tu propio conocimiento
a través de lo que pudieras haber aprendido. Hoy todos los coches incluyen GPS
y delegamos en el aparato para que nos guie hacia el lugar que deseamos. Lo
mismo hacemos muchas veces incluso en nuestras caminatas ya sea por el campo o
por la ciudad.
Cuando deseamos hacer una consulta acudimos al buscador
para encontrar la información sobre aquello que buscamos. Además podemos decir
que si el contenido se trasmite a través del comentario de una persona entonces
somos relativamente más proclives a ponerlo en duda, que si lo es a través de
un medio tecnológico.
Ese “conocimiento externo” nos hace ser muy dependientes.
Por un lado somos menos capaces de encontrar las cosas por nuestros medios. El
saber se “deposita” en internet pero deja de estar en nuestra cabeza. Como no
nos adiestramos en elaborar pensamientos, estamos en mucha mayor medida
abocados a que “otros piensen” por nosotros.
Esta situación tiene también consecuencias políticas y
hace más fácil la manipulación a una población “poco entrenada” en pensar por sí
misma. Así se facilita que cobre un mayor protagonismo “el grito” en detrimento
de “la reflexión”.
Ahora todo o casi todo se vincula a la Inteligencia
Artificial. Cabría reflexionar si esa inteligencia artificial va a estimular la
inteligencia “natural” (la que es propia de cada persona) o por el contrario la
va a “adormecer”. En todo caso lo que no cabe duda es que nos va a hacer más
dependientes del conocimiento de otros. Esa dependencia hace que sea también
más fácil la manipulación. Cada vez es más complicado averiguar cuando una
información es correcta o falsa. Las empresas y los canales informativos tienen
departamentos especializados en detectar los bulos. Podríamos decir que las
confrontaciones ya sea entre países, ideas o hasta clubs deportivos se
trasladan al universo de la comunicación.
Desde luego no abogamos por “volver al pasado”. Para
avanzar es necesario la comunicación de conocimientos ya sea en formato impreso
o electrónico. Sin embargo si hay que alertar de los riesgos que supone el
buscar la salida a los problemas que se puedan plantear en el conocimiento que
nos puedan dar instrumentos que llegan a nosotros. Creo que por un lado ello
nos puede hacer “más vagos” en desarrollar nuestras propias habilidades. ¿Para
qué voy a buscar una dirección si ya me lo puede facilitar el GPS? Por otro lado
ese conocimiento va a estar en mayor medida vinculado al poder de compra (la
inteligencia artificial no es gratis). Y además nos hace más dependientes en
tanto la resolución de los problemas estará en mayor medida fuera de nuestras
propias capacidades.
El reto será que esas mayores capacidades que nos da la
sociedad actual supongan también un mayor avance en el desarrollo personal. Que
sean un impulso y no supongan un debilitamiento. Necesitamos personas capaces
de afrontar los grandes desafíos a los que se enfrenta el mundo. El avance
social pasa necesariamente por una mayor cohesión y asunción de valores. Una
sociedad que mira más al móvil que a la persona que tiene enfrente es
complicado que la tenga en cuenta. Cada vez más “oímos” (canciones, programas…)
pero no escuchamos. Nos encerramos en los auriculares para aislarnos del
entorno.
El futuro nos trae esperanza, pero también modos de
conducta que pueden llevarnos a un excesivo individualismo. Esperemos saber
caminar recogiendo las ventajas que nos aporta la tecnología sin que ello
suponga perder valores e independencia
frente a la resolución de problemas.
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