domingo, 16 de diciembre de 2012


DESDE LA RESPONSABILIDAD A LA PROSPERIDAD.

         Si hay algo que ha venido caracterizando nuestro medio social en los últimos años son las actitudes irresponsables que se han extendido a diferentes ámbitos. Tendemos a pensar que esto efectivamente es así, pero a continuación atribuimos esa irresponsabilidad  siempre al “otro”. Ello nos lleva a adoptar actitudes paralizantes por cuanto los cambios en los modos de conducta los deberá efectuar únicamente ese otro. Pero claro también a la inversa, y desde esa misma posición, ese otro va a esperar que sea yo el que rectifique. Así que “unos por otros, la casa sin barrer”.

            Sin embargo la gravedad de la crisis y la amplitud de la misma nos hacen sospechar que las irresponsabilidades son más bien generales y no se reducen únicamente a unas pocas personas. No son sólo de “ellos”, también son nuestras. El aceptar que esto es así, debe ser el principio para poder avanzar en mejorar nuestro medio social.

            Una de las lecciones que nos aporta la crisis actual es que la prosperidad económica depende en buena medida de la caracterización de las personas que componen esa sociedad. En esa caracterización cobra especialmente importancia lo que es la asunción de unos determinados valores. No es simplemente acumular conocimiento (que también) como la formación en valores y formas de conducta. En ese sentido la superación de la crisis actual deberá de ir acompañada de cambios en las conductas sociales que nos lleven desde la responsabilidad a la prosperidad.

            Vivimos en una sociedad que siendo excesivamente irresponsable sin embargo demanda responsabilidad. No hace falta más que fijarnos en algunos de los anuncios de personas que buscan trabajo, su encabezamiento viene a ser siempre el mismo “persona responsable se ofrece…”

            Somos una sociedad cada vez más individualista. Eso significa que cada vez tenemos menos capacidad para escuchar a los demás. Los medios tecnológicos promueven este individualismo. Nuestro referente es el teléfono móvil, el ordenador o la consola de juegos… todo ello nos lleva a que tengamos poco en cuenta a la persona que tenemos enfrente. No es casual que ahora se este llevando a cabo una campaña de tráfico para favorecer el uso de los intermitentes. Vendría a ser la traducción, en cuanto a la forma de conducir, de una sociedad que no tiene en cuenta al otro y por tanto no efectúa las señalizaciones pertinentes. Es necesario que evolucionemos a abrir los ojos a los demás y a escuchar aquello que nos puedan aportar.

            Diríamos que tendemos a primar en exceso la fugacidad del momento. Es la rapidez que gana peso frente a la profundidad y reflexión de las cosas. Sin embargo ello va claramente en detrimento de la propia calidad de las mismas. Ello nos lleva a crear castillos de naipes que terminan desmoronándose. Es necesario ganar en solidez en las estructuras del conocimiento. Ello es también algo válido para la propia economía. Hay que tener los instrumentos suficientes para que cuando cambie la coyuntura contemos con unos pilares sólidos que no se desvanezcan a la primera de cambio.

            Hay que promover un sentido de la medida que vaya asociado a la previsión. Tenemos que tener un control de nuestros gastos, de nuestros ingresos…Ello tanto en el plano de la economía privada como de la economía pública. Hemos estado tan instalados en el presente que nos hemos olvidado de planificar el futuro. Creo que es este uno de los aspectos que en mayor medida diferencian a las economías prosperas de otras con problemas económicos. Hay que conseguir que ese sentido de la medida forme parte de nuestro universo mental. Vamos a poner un ejemplo, supongamos que alguien desea una cerveza, pues el avanzar en el sentido de la medida pasaría de una contestación afirmativa,  a demandar cuanta cerveza quiere (0,33, 0,5…)

            Desde la libertad hemos de avanzar en ganar en creatividad. Estamos educando niños tan sobreprotegidos que luego no son capaces de desenvolverse por su cuenta cuando ya tienen que acceder a las responsabilidades de adulto. Es el niño que vemos en la playa con traje de neopreno. También lo son los niños que se limitan a contemplar lo que hacen sus juguetes, sin interactuar con ellos o haciéndolo de modo tan programado que deja poco sitio para la creatividad. El niño desarrolla su imaginación en el juego y lo puede hacer con una simple caja de cartón, la sofisticación del juguete puede ahogar su propia creatividad.

            Se hace necesario formar niños que vayan ganando progresivamente en autonomía y evitar una sobreprotección que les puede resultar asfixiante en su propia formación.

            Desde la responsabilidad es necesario arbitrar mecanismos que estimulen el esfuerzo recompensado. No puede ser que, como sucede actualmente, se de una igualdad en la percepción de ingresos con independencia de cómo se haya desarrollado un determinado trabajo (especialmente en el mundo del funcionariado). Ello  lleva a que se premie el “no esfuerzo”. El sistema organizativo debe basarse en que el profesor que prepara sus clases debe tener una compensación distinta de aquel que no lo hace. Tampoco se puede caer en la ingenuidad de que “todos hacen todo bien”. Hoy la igualdad lo es en la injusticia y premia a aquel que desarrolla peor su trabajo pero que con ello tiene más tiempo libre.

            El ahorro en los costes deber ir de la mano de la simplificación de los procesos. Alargar los mismos supone incrementar notablemente sus costes . También habremos de evolucionar hacia una sociedad que tiene más en cuenta las esencias que las apariencias. Es decir que busca más la calidad de los productos a que aparenten esa calidad.

            En definitiva hemos de buscar conseguir que la caracterización de nuestro medio social evolucione hacia mayores cotas de responsabilidad por cuanto ello es también el mejor camino para aumentar nuestro bienestar.

                                                            David Díez Llamas

                                                Doctor en Sociología. Autor del libro ¡irresponsables!

           




        

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