sábado, 15 de junio de 2013

MIGUEL HERNÁNDEZ, EL AMOR COMO BANDERA.


                               Hace ya más de 70 años que tu corazón dejo de latir en aquel reformatorio de Alicante. Más no has muerto, tu poesía sigue viva en muchos de nosotros.

            Si algún aspecto se puede reclamar como definidor de tu poesía ese sería, sin duda, el amor. Amor a la esposa a la que desde la trinchera escribes:

                        "Espejo de mi carne

                        sustento de mis alas

                        te doy vida en la muerte que me dan y no tomo

                        mujer, mujer, te quiero,

                        cercado por las balas

                        ansiado por el plomo."

            Amor al hijo, al que regalas estos bonitos versos al cumplir dos años:

           

                        "Sangre mía, adelante

                        no retrocedas

                        la luz rueda en el mundo

                        mientras tu ruedas."

            Para Miguel la risa de su hijo superando la guerra, el hambre y las calamidades de la época, será "la espada más victoriosa" y "la luz que proclama la victoria del trigo sobre la grama". Esa risa trasvasa las paredes del reformatorio y le hace sentir:

                        "Tu risa me hace libre

                        me pone alas.

                        Soledades me quita

                        cárcel me arranca."

            Amor al amigo (Ramón Sitge) "con quién tanto quería" y al que superando las diferencias ideológicas dedica a su muerte una de las más bellas elegías que se hayan escrito en toda la poesía española.

 

            Amor a los demás, como en el niño yuntero, del que dice:

                        "Me duele este niño hambriento

                        como una grandiosa espina

                        y su vivir ceniciento

                        revuelve mi alma de encina."

 

            Amor al enemigo, a sus carceleros, de quienes llegará a decir: "Sólo por amor odiado, sólo por amor".

            En la cárcel es condenado a pena de muerte (que posteriormente se conmutará a 30 años de prisión) y la desesperanza entra de lleno en algunos de sus poemas, hasta hacerle exclamar: "¿Para qué me has parido mujer?" o "cuanto penar para morirse uno". Sin embargo es capaz de elevarse por encima de todas esas adversidades, y a pesar de ser una "cárcel con una ventana ante una gran soledad de rugidos" el sigue esperando, ya que siempre "hay un rayo de luz en la lucha que deja la sombra vencida". Por eso "hay que sonreír con la alegre tristeza del olvido/ esperar no cansarse de esperar la alegría" y ser como "el árbol talado, que retoño aún tiene la vida".

            Miguel, que afirmaba ser el "más corazonado de los hombre y por eso también el más amargo" unía amor y libertad en aquellos versos que decían. "Sólo quién ama vuela". Hoy cuando ya han pasado más de 70 años de su muerte es necesario seguirse preguntando con él: "amar...pero ¿quién ama?. Volar...¿pero quién vuela?.

 

                                                           David Díez LLamas  

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