Decíamos en
nuestro libro “Irresponsables” que “Somos
muy poco dados a buscar en nosotros mismos los errores que se hayan podido
cometer y es mucho más fácil y cómodo encontrarlos en el adversario. Así se hace
complicado avanzar en las soluciones pues los cambios que demandamos los deben
de hacer otros”.
Nos
reafirmamos plenamente en esas palabras. Es una evidencia que nuestro medio
social es crítico con los demás a los que se tiende a culpar de todos los males
posibles y se ejerce en muy poco grado la autocrítica.
Dando un
paso más en este análisis y buscando los factores que han podido desencadenar
esas actitudes hemos encontrado uno especialmente importante, la pérdida de
influencia de la cultura católica en el medio social.
Hemos de
tener en cuenta que en la cultura católica se nos enseñaba a examinarnos a
nosotros mismos al objeto de ver cuál podían ser nuestros errores o “pecados”.
Es la oración que empieza diciendo “Yo
pecador, me confieso a Dios…” o el mismo sacramento de la confesión en la
que de modo regular cada uno se acercaba a confesar sus pecados. Había un examen
continuado de nosotros mismos y unas pautas guía para poder realizarlo.
En esa
cultura católica hay también un “propósito de la enmienda” y una penitencia a
cumplir como reparación de esos pecados. ¿No es esto algo que se echa en falta
en la sociedad actual? En nuestra opinión claramente es así. Diríamos que
nuestra sociedad se muestra en exceso prepotente, le falta la humildad de saber
reconocer los errores propios. Desde el “no reconocimiento” de los propios
errores hay poca disposición a aceptar cualquier penitencia. El propósito de
enmienda parece que se lo pedimos a los demás ya que a nosotros no nos hace
falta.
Entendemos
que al perder fuerza las referencias religiosas en nuestro medio social ello ha
supuesto el que también se han perdido los hábitos asociados al auto-examen
ético. En teoría podríamos decir que estos modos de conducta se podrían ejercer
también sin necesidad de profesar la religión católica. Diríamos que tal vez si,
en teoría, pero no en la práctica. No hay una institución sustitutiva que
promueva esos modos de conducta entre los no creyentes. En realidad se nos
vendría a decir que ese examen lo necesitarán otros pero no nosotros (que
estamos cerca de la perfección).
Creo que hay
pocas dudas en reconocer el papel y la influencia de la religión en la
evolución del medio social. Recordamos como en su momento Max Weber nos hablaba
del papel jugado por “la ética protestante en el origen del capitalismo”. En
ese sentido parece claro que la pérdida de influencia social de la iglesia
católica también tiene consecuencias para el devenir de nuestra sociedad. Por
lo mismo será necesario conocerlas, valorarlas para luego tratar de modificar
aquello que podamos considerar susceptible de mejora.
La crisis
social actual va bastante más lejos de lo que son variables puramente
económicas y se extiende hacia unos modos de conducta inapropiados que se hace
necesario cambiar en profundidad. No sólo tiene componentes éticos (que
también) sino que se extiende a unos modos de conducta más generales (como a
valorar el sentido de la medida, a abandonar las conductas en exceso
individualistas, a evitar la excesiva sobreprotección…)
En este
medio social la comodidad gana cada vez más peso como criterio guía en las
conductas. Decíamos en nuestro libro que “Una
sociedad responsable es aquella que premia el esfuerzo por mejorar sus
condiciones de vida en el más amplio sentido de la palabra. En ese sentido es
necesaria una sociedad dinámica que ponga en valor, tanto en el plano social
como en el personal, ese esfuerzo”. En la religión católica (aquí habría
puntos en común con otras religiones)
esa cultura se traduce en que se
demanda a la persona el esfuerzo por mantener unos determinados modos de
conducta y que ello supondrá el premio de la vida eterna, del cielo o del
castigo del infierno en caso de no haberlos seguido adecuadamente en su vida.
En definitiva se demanda un esfuerzo y se ofrece una recompensa importante por
hacerlo o un castigo por la desviación en esas formas de comportamiento. Es
además algo que se extiende al conjunto de los creyentes y no es privativo de
una determinada empresa, de una asociación…
Hoy diríamos
que hay poca disposición al esfuerzo por
cuanto tampoco las personas encuentran motivos de recompensa suficiente para
actuar de uno u otro modo. Así estamos en una laxitud moral que se promueve
también desde los medios de comunicación. Se difuminan las diferencias entre lo
que es bueno y lo que es malo. Pérez Reverte hacía alusión a ello en alguno de
sus artículos y tomaba en ese caso el referente de las películas. Así nos decía
que ya no había “malos de pata negra”. Tenemos
incluso que se llega a presumir de “ser malo”. El “bueno” lo tendemos a
aproximar al “tonto” y al “viejo”. El “malo” es el “listo” y el “moderno”. Así,
como nadie quiere ser ni tonto ni viejo pues prefiere que se le asimile a los
valores de modernidad. Es como si “los buenos” tuvieran prohibido disfrutar de
los placeres de la vida, que quedarían para los que evitan cualquier norma
ética.
Para mejorar
hay algo que debemos cambiar. En ello es necesario conocer tanto lo que es la
descripción de ese medio como las causas asociadas a esos modos de conducta.
Este artículo quiere colaborar en esa dirección.
David
Díez Llamas
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