Ya se sabe que los
pantanos tienen mala prensa, no en vano al dictador tenía como uno de sus
apelativos el de “Paco pantanos”. Así fueron muchos los que se hicieron durante el franquismo, pero
también llegada la democracia se siguieron construyendo. Se fueron inundando
muchas tierras y hubo personas que pagaron con sus vidas su oposición a esos
proyectos. Se dice por ejemplo que la construcción del pantano de Riaño fue una
compensación a una compañía eléctrica por el cierre de la central nuclear de
Lemoniz tras el asesinato del ingeniero industrial José María Ryan. Era algo
así como pagar el impuesto revolucionario o lo que es lo mismo la aceptación
del chantaje por parte del Estado a una organización terrorista. Eso sí, en las
espaldas de los leoneses.
Ahora parece que el procedimiento es
otro. Que no gustan los pantanos, pues
les llamamos balsas. Así tenemos que alguna de las proyectadas en la Ribera
del Órbigo es mayor que el pantano de Villameca (que tiene mayor capacidad).
En la Región Leonesa hay multitud de
pantanos mientras que en otros sitios o no hay ninguno o hay muy pocos.
Sinceramente no creo que ello sea achacable exclusivamente a la caracterización
geográfica de unos y otros territorios. La explicación estaría más en la
caracterización social de la población. Es decir a menor oposición de la ciudadanía mayor tendencia a hacer en esa zona
pantanos. Tal vez por ello mismo hay muchos más pantanos en zonas
deprimidas económicamente.
Los pantanos son de las cosas en las
que el sacrificio de aquellos que ven inundadas sus tierras ven menos
compensación por el grave perjuicio que les supone. No genera puestos de
trabajo y los beneficios que puedan suponer como empresa no les afectan de
ningún modo al cotizar sus impuestos en otros territorios diferentes de donde
se produce y donde están los pantanos. Habría que preguntarse por ejemplo los
beneficios que ha supuesto la construcción del pantano de Riaño y sus efectos
sobre la Tierra de Campos a la que se supone iban a beneficiar.
Sacar a las personas de su medio
social y natural es extremadamente duro. Es algo que describe muy bien Julio
Llamazares en su obra “diferentes maneras de mirar el agua”. El desarraigo de
tener que abandonar su hogar llevo a alguna persona de Riaño al suicidio.
En el nuevo pantano que se quiere
construir en La Ribera del Órbigo se constata también una oposición de los
vecinos y de las instituciones que les representan, encabezadas por el
Ayuntamiento de Carrizo. Es un signo de ello las miles de alegaciones
presentadas al proyecto.
Uno podría tener la impresión de que
se trata de llevar a cabo en la Ribera del Órbigo lo que no se pudo hacer años
atrás en Omaña. Parecería que todo el territorio leonés es susceptible de ser
inundado. Sacrificios y beneficios no
están bien repartidos.
Hay que evaluar en qué medida un
proyecto de estas características puede afectar a un cultivo primordial de la comarca como es el
lúpulo. Informes técnicos indican que el
aumento de humedad puede contribuir al aumento de plagas que podrían afectar
negativamente a este cultivo. ¿Sería capaz la Confederación Hidrográfica del
Duero de hacer algún tipo de seguro relativo a que no se van a producir plagas
y que si se producen ellos asumirían ese coste? Si como parece no están
dispuestos a hacerlo, no se entiende que se pida que sean los propios
agricultores los que asuman esos riesgos. Si tal y como dice el proyecto su
“objetivo sería incrementar la garantía de suministro en los regadíos
dependientes del río Órbigo actualmente deficitarios” podría pensarse que
tendría apoyo entre los agricultores, sin embargo no es así, sino que la
oposición es ampliamente mayoritaria entre ellos.
El mismo proyecto indica que no hay
aportación nueva de agua sino que se aprovecharan los canales de riego que ya hay.
No se llega a entender que los 44 millones que cuesta la obra no se destinen a
mejorar las infraestructuras existentes. Cuando se hace el pantano de
Riaño, luego los canales de regadío
tardan decenios de años en hacerse. Mejorar la eficacia en la canalización
puede ser fundamental y no supondría ni costes ni riesgos adicionales. Hay que
tener en cuenta que además los costes de este proyecto se hacen recaer sobre
los propios agricultores. Es como decir “usted
paga por algo que ya ha dicho que no quiere y que le puede perjudicar, más que
nada porque lo digo yo (CHD)”. Luego se extrañan de los miles de
alegaciones presentadas.
La CHD vendría a ser un instrumento de
la Junta de Castilla y León que nuevamente diseña proyectos que atentan al
bienestar de los leoneses. Es el camino a la despoblación, al empobrecimiento
económico y eso se hace con el dinero de los propios afectados. No vale simplemente con que a los pantanos
les llamen balsas.
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