Sostengo que en la construcción de lo que hoy es España,
hubo una lucha entre dos grandes modelos: uno que reconocía su “pluralidad,
dentro de un marco de unidad” y otro más uniformizador.
El primero de esos modelos fue el que impulsó el “Regnum
Imperium Leonés” en el que el Rey de León actuaba a modo de “rey de reyes” y
era reconocido en un marco superior por el resto de reinos (lo que garantizaba la
unidad). Todo ello se fundamenta en un modelo que ha tendido siempre a asentarse
en marcos políticos que promovían el parlamentarismo, el imperio de la ley (a
través de los fueros) y la convivencia entre diferentes en sus credos
religiosos (lo que como recoge Juan Pedro Aparicio le valió en muchas ocasiones
la enemistad del papado). Sánchez Candeira estudio en profundidad este modelo
político y publicó un estudio muy interesante al respecto.
El segundo modelo ha sido promovido desde un talante mucho
más uniformizador propio de los estamentos militares. Se prima el avance en lo
que se denominó la reconquista. Sus referencias serán El Cid o Fernando III.
Esa lucha ante “el infiel” tuvo el apoyo del papado (en aquellos momentos de la
historia). Se establecía una unión de intereses en tanto se revestía el avance
militar con el del catolicismo. No hay que olvidar que muchos siglos después
con Franco esa unión se seguía manteniendo. Sólo hay que recordar la
denominación de “cruzada” que el régimen franquista daba a nuestra guerra
civil. Este modelo hay que vincularlo a Castilla y por ello mismo es en la
capital burgalesa donde se constituyó el primer gobierno de Franco o donde
podemos encontrar la sepultura de El Cid en su catedral.
Ese modelo uniformizador tiene un especial reflejo en los
denominados “Reyes Católicos”. La unión de Isabel y Fernando se hace en
Valladolid y no es casual esa asociación al concepto “católicos”. Los efectos
de esa unión son fundamentalmente militares y se pueden ver en cualquier
hemeroteca. Conquistas (de Granada, Canarias, Navarra…) y expansiones (por
Italia, África o América). Es decir avances militares y expansionistas bajo el
auspicio del elemento religioso y el apoyo del papado.
En nuestra opinión, el que se haya triunfado uno u otro
modelo ha tenido y tiene consecuencias en la España actual. Tal vez no hubiéramos
llegado donde estamos en este momento si hubiese triunfado el modelo leonés de
España.
Ese modelo uniformizador es también el que contemplan
diferentes fuerzas nacionalistas. En concreto el independentismo catalán
contrapone una unidad “Cataluña” con otra a la que denominan “España”. La
pluralidad y las libertades brillan por su ausencia en ese modelo. Para nada
tiene que ver con un modelo leonés de España que reconoce una “unidad en la
pluralidad”, de modo que Cataluña es parte de una España que se reconoce como
plural.
Rechazamos el modelo auspiciado por algunos partidos,
basado en que “quien tiene poder, tiene
derechos”. Curiosamente esto es algo que defienden partidos que se dicen de
izquierdas pero que circunscriben esos derechos de modo exclusivo a los
territorios donde los nacionalistas ocupan posiciones de poder. El resto no
existimos, aun cuando nuestras razones históricas, económicas o sociales puedan
ser muy importantes. No es que se discutan, simplemente no se escuchan.
La pregunta del referéndum catalán hace referencia a “un
estado independiente en forma de república”. Uno diría que ¡menos mal!, ya que
tendrían muchos problemas para encontrar un “rey de Cataluña”. Los aragoneses
reivindican con razón que desde Cataluña se les han usurpado muchos de sus
símbolos (empezando por el de la propia bandera del Reino de Aragón). Necesitan
para su propia subsistencia el contraponer los conceptos de “Cataluña” y
“España” (como algo uniforme). En ese sentido les viene muy bien la España
asociada al Cid, a los Reyes Católicos o a Franco. Diría que hasta tienen
intereses comunes con ellos.
Se hace necesario y
hasta urgente recuperar una historia de España basada en los valores
democráticos. Que inspire y respire
libertad. Creo que ello es el mejor antídoto contra esos nacionalismos a
los que refuerza en sus posiciones la imagen de una España uniforme y vinculada
a valores autoritarios antes que a valores democráticos.
Es incomprensible que se apoye “parcelar la riqueza”. Pero
lo es aún menos que se haga desde partidos que se dicen de izquierda y que, al
menos en teoría, deberían primar los valores de solidaridad. La contribución al
modelo común debería ejercerse en función del poder económico de cada uno (ya
sea a nivel individual o territorial). El discurso clasista de: “tu vago (y
aquí suelen incluir Extremadura, Andalucía), te aprovechas de los recursos que
generamos los que trabajamos más” no es admisible. Menos aún que aquellos que
lo ejercen se presenten además como víctimas de los demás. Es este un mundo que
empieza y acaba en ellos mismos con lo que los demás no importan, tal vez por
cuanto ni siquiera se les ve.
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