Las campanas en nuestros pueblos
siempre se han utilizado para anunciar “algo” al conjunto de la población. Ese
algo iba desde anunciar la muerte de una persona hasta la llamada al concejo o
el aviso de que iba a empezar la misa dominical (entre otras muchas cosas). Eso
suponía diferentes toques de campana que debían ser convenientemente
interpretados por la ciudadanía a los que se dirigía. En Villavante desde hace
años se viene buscando el divulgar ese conocimiento de los diferentes toques de
campana y se hace una concentración de campaneros.
Sin
embargo recientemente en Alsasua el toque de campanas tuvo como misión
silenciar a aquellos que pretendían exponer sus proclamas. Con independencia de
que se pueda estar de acuerdo o no con la oportunidad del acto o con lo que
pudieran decir esos oradores, lo que considero inaceptable es el uso de las
campanas para impedir el que se pueda escuchar la voz y la palabra (incluso
desde la discrepancia).
Estamos
asistiendo a una triste situación que lleva a que aquellos que han vitoreado y
aplaudido el asesinato de los que no eran coincidentes con sus propios
planteamientos, ahora se presenten como referentes de democracia. Creo en la
libertad que se erige desde el respeto. Silenciar o aplaudir a los que
silencian a otros no encaja en las formas de actuar democráticas.
Me
hubiera gustado escuchar las protestas contra esas “campanas que silencian” a
los que se han manifestado contra la conocida popularmente como “la ley
mordaza”. A veces tengo la impresión de que se reclama la libertad de expresión
“para mi” y sólo se escucha el silencio cuando es para “el otro”. En las
dictaduras siempre se ha dejado hablar a los que se suman a sus planteamientos,
el problema es que se acalla al discrepante. Habría que pensar si muchas veces esas
formas de actuar son más propias de dictaduras que de modos de actuación
democráticos. Se gana credibilidad cuando se defiende el derecho a expresarse a
aquellos que no piensan igual que yo.
Algo
muy español es considerar que fuera de nuestras fronteras “los perros se atan
con longaniza”. Ya sea en el terreno económico, en el de la tecnología e
innovación, en el de los servicios
sociales o en las libertades, hay una
cierta tendencia a pensar que “lo mejor está fuera”. Diría que esa opinión
contrasta con la que tienen los
extranjeros de España.
Del
total de los 167 países analizados por The Economist, tan sólo 19 los incluye en su clasificación de
“Democracias Plenas”, uno de ellos es España. Bélgica queda en el puesto 32 (13
por debajo de España y como “democracia imperfecta”). En ese índice también
quedan por debajo de España países como Francia, Italia o Estados Unidos. Uno
de los indicadores que utiliza para hacer esa clasificación es el de la
separación de poderes y la independencia del poder judicial.
Hay
en ese estudio una reivindicación también de lo que significa Europa vinculada
a un universo de valores. De las 19 “Democracias Plenas” 14 las ubica en Europa
(encabezadas por los países nórdicos como Noruega, Islandia, Dinamarca o
Finlandia), en América tan sólo Uruguay y Canadá alcanzan ese escalafón, en
África Isla Mauricio y en Oceanía Nueva Zelanda y Australia. No se incluye
entre ellos a ningún país asiático.
Sin
embargo cuando ese examen democrático lo hacen aquellos que utilizan las
campanas para silenciar a los que hablan, entonces España no suele salir bien
parada. Pero claro es que en su definición de democracia sólo caben los que se
adhieren a sus planteamientos (al igual que en su momento hacía Franco).
Diría
que en el mundo estamos asistiendo a pérdida de los valores democráticos que se
manifiesta en el avance de los extremismos y populismos en diferentes países
del mundo. El estudio al que he hecho alusión también recoge un retroceso en el
índice de democracia a nivel mundial.
El
sonido de las campanas, que tienen un alto poder evocador, quiero seguir
asociándolo a anuncio y llamada. Incluso en estos momentos en los que ese papel
haya sido sustituido por otros medios. El toque de la campana ha tenido siempre
un sentido comunitario que llenaba los espacios sociales. Nuestra sociedad
mucho más individualista ha sustituido esos avisos por los que se pueden
encontrar en el móvil. Sin embargo yo soy de los que creen que no es igual y
sigo añorando el sonido de unas campanas que anuncien y sean vehículos de comunicación. El utilizarlas para la
incomunicación es ir contra su propia esencia.
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