domingo, 9 de diciembre de 2018

¡VÉTE A ESPAÑA!




          Que alguien (Nuria De Gispert) que ha sido presidenta del Parlamento de Cataluña le sugiera a la persona que ha alcanzado el mayor porcentaje de voto en las últimas elecciones a ese Parlamento que se vaya de Cataluña, me deja absolutamente perplejo. Aclaro que sería igualmente inadmisible aunque la aludida no hubiera obtenido voto alguno.

            Hubo un momento de nuestra historia en la que Franco buscaba identificar España con lo que era su visión política. Desde ese criterio la dictadura catalogaba como “buen” o “mal” español en función de la afinidad al régimen. Era el “España soy yo”, que tanto daño  ha hecho. Nos sigue costando desmarcar la identidad con España de lo que fue esa propuesta franquista.

            El modo de proceder de esa representante cualificada del independentismo en Cataluña en mi opinión no difiere del que utilizaba Franco respecto a su concepción de España. Se identifica un posicionamiento ideológico con el ámbito social y geográfico de Cataluña. Se es “buen catalán” o “mal catalán” en función de si se defiende lo que son sus propias posiciones. Incluso se sugiere la expulsión a aquellos que discrepan.

            Inés Arrimadas y Gabriel Rufián tienen el mismo origen (sus respectivas familias proceden de Andalucía). Sin embargo a una se la sugiere “irse a España” y al otro no. Luego para Nuria De Gispert la demanda de exclusión se hace no en función de un determinado origen, sino que cabe asociarla a criterios ideológicos. Se busca extender la idea de que todo aquel que no defienda la independencia de Cataluña es un mal catalán. Es lo mismo que hacía Franco cuando vinculaba “buen español” con la adhesión a su régimen.

  
          Que aquellos que adoptan este tipo de posturas, además pretendan dar lecciones de democracia a los demás es patético. Todas las dictaduras han tratado de excluir (e incluso eliminar físicamente) a los discrepantes. La democracia española permite la libertad de expresión, otra cosa es que en todo Estado democrático de derecho existen unos marcos normativos que nos afectan a todos. Desde ese punto de vista no cabe interpretación a conveniencia de cada uno. Es como si en una autopista cada conductor fijase por su cuenta el límite de velocidad. El ir a 150 km/hora en una autopista por cuanto un determinado conductor cree que es la velocidad adecuada, no impedirá que reciba una multa por conducir de ese modo. La norma del límite de velocidad la establece una ley aprobada en el Parlamento y es de obligado cumplimiento a todos los que pasen por esa autopista con independencia de lo que pueda ser su forma de pensar. Creo que este ejemplo es también extensivo a lo que actualmente sucede en Cataluña. En ambos casos se castigan “conductas” y no “formas de pensar”.

            Es de agradecer que precisamente en Cataluña hayan surgido algunos líderes de la izquierda (como Borrell o Francisco Frutos) que se hayan significado en la defensa de España. Ello les ha costado que se les haya insultado y calificado como fascistas (por aquellos que realmente lo son).

            No deja de ser triste que Serrat, que fue apartado del Festival de Eurovisión (que terminó ganando Masiel) por su pretensión de cantar esa canción en catalán, ahora sea tildado como “fascista” y “españolista” por no aceptar las tesis de los independentistas.

            Contaba Monserrat Caballé en una entrevista que en una cena un Consejero de Cultura de la Generalitat después de elogiar sus dotes como cantante, le dijo que “sólo tenía un defecto, haberse casado con un extranjero”. A lo que ella contestaba que se sentía muy orgullosa de su marido aragonés y de tener una madre valenciana. Esto es algo que se puede escuchar en su propia voz y no como algo que “dicen que dijo”.

            Los casos de Serrat o de Caballé vienen a ser ejemplos de un modelo excluyente, también en el plano cultural. Nadie pondrá en duda sus méritos “profesionales” pero ello no es suficiente para que se les insulte. En otros casos como Boadella se les impedirá poder actuar en poblaciones o medios de comunicación donde los independentistas tengan poder suficiente.

            La “apuesta” por el modelo republicano, actúa a modo de encubrimiento de todos estos talantes escasamente democráticos. Se le quiere dar a ese movimiento un cierto “halo” de izquierdas, pero claro olvidan que Donald Trump pertenece al partido republicano. Por otro lado no creo posible encontrar antecedentes de algún “rey catalán”. La referencia histórica será siempre la Corona de Aragón. Como se encargan de recordarnos en algún museo de Zaragoza la bandera cuatribarrada es símbolo de esa corona aragonesa, por mucho que ahora se vincule más a Cataluña y su senyera.

            La libertad se vincula directamente a la pluralidad social. Aquellos que pretenden coartar esas libertades y se erigen con capacidad suficiente para “expulsar” al discrepante no pueden además dar lecciones de democracia. El daño que hacen a la identidad de Cataluña vendría a ser equivalente al que hizo Franco respecto a España.

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