domingo, 8 de septiembre de 2019

EL CAMBIO PERMANENTE. ¿HACIA DÓNDE?




            Diría que uno de los signos de los tiempos que nos ha tocado vivir es “el cambio permanente”. Todo cambia, lo que nos exige renovar continuamente nuestros aprendizajes sociales.

            El ritmo de esos cambios a mí se me antoja agotador. No es algo que eliges, sino que se te impone. Cuando crees saber el funcionamiento de algo, el propio sistema lo cambia y hace iniciar un nuevo proceso para adaptarte a ese cambio. Además, todo ello viene acompañado del “allá usted se apañe”.

            Este mundo en permanente cambio también lo podemos vincular al de las contraseñas. Las hay para todo tipo de cosas y con exigencias distintas. Además, por razones de seguridad te piden cambiarlas cada poco tiempo y evitar aquello que puede resultar más fácil de recordar. Con lo cual es probable que cada uno reunamos más de 100 contraseñas distintas.

            Esta evolución social hace que resulte especialmente complicado seguirla entre las personas de mayor edad. De algún modo se las está expulsando del medio social. A las mayores dificultades para aprender, se está uniendo unas exigencias mayores de aprendizaje en lo que son mecanismos propios de su vida cotidiana.

            No estoy convencido de que esos cambios sean necesariamente para mejorar lo que había anteriormente. No surgen de la demanda social, sino que más bien es algo que se impone desde las empresas que dan esos servicios.

            Diría que en general hay bastante resistencia al cambio. Lo he podido comprobar en lo que ha sido el cambio del sistema operativo en mi lugar de trabajo. Creo que si hubiera sido algo voluntario nadie hubiera optado por migrar al nuevo. En el cambio de móvil viene a ser una pequeña odisea el mantener las cosas tal y como las tenías en tu móvil anterior. El sistema te arrastra a esos cambios sin darte mayor opción. Estamos en una sociedad que, aunque se dice ecologista opta poco por el recambio que permita mantener el aparato anterior.

            Hay que recordar que en esta sociedad nuestra sigue habiendo personas que renuncian a tener móvil, a utilizar internet o incluso a tener una tarjeta bancaria. Podríamos decir que están en su derecho. Sin embargo, cada vez se les está poniendo más complicado el vivir sin tener acceso a esas cosas. Por ejemplo, cada vez será más complicado el pagar una determinada factura en una sucursal bancaria. También lo será el poder hacer una operación de compra o venta de algo. Todo te lleva a irte a caminos que no siempre son los que el cliente elige.

            Para lograr un mayor ahorro de costes se fomenta el “hágalo usted mismo”.  Los servicios de atención personal se van sustituyendo por automatismos donde no cabe la explicación y los casos más específicos.

            Todo ello lleva a avanzar en la igualdad en la despersonalización. Se busca conseguir atender a un número igual o superior de clientes con menos personas. Sin embargo, la fidelización del cliente tiene un importante componente personal. Así en el sector bancario se establece la denominación de “mochileros” para designar a aquellos directores de sucursal que cuando le desplazan a otra se llevan consigo a sus clientes.

            En este mundo de cambios también se va haciendo más habitual el tener que firmar papeles que sirven para que el que vende algo o hace alguna operación se asegure evitar cualquier tipo de demanda. Los papeles no se leen, pero si alguno opta por leerlos le va a dar igual ya que es un “o lo tomas o lo dejas”, de poco valdrá que muestre su desacuerdo con alguno de los puntos.

            Este cambio permanente diría que también atentan contra la propia libertad individual. La capacidad de elección es menor. Por un lado, por desconocimiento de los nuevos sistemas, pero por otro por cuanto también hay una tendencia a guiar al cliente en una determinada dirección. He visto en alguna ocasión a clientes que queriendo hacer una compra, el sistema no se lo permitía y les llevaba a adquirir algo que no demandaban.

            En otros países he podido ver como también esos cambios van ganando peso en todos los ámbitos. He visto supermercados que prescindían de los cajeros y obligaban a los clientes a ir con sus productos y pasarlos por un sistema que leía los códigos de barras. Es seguro que para algunas personas esto será algo positivo y un avance. Sin embargo, hay otras que no quieren saber dónde está el lector de los códigos o donde deben meter el dinero en esa máquina, o que simplemente prefieren seguir viendo a la persona que habitualmente les atiende. Diría que el problema surge cuando esos cambios se hacen obligatorios y no son opcionales. También por cuanto suponen un cierto riesgo de exclusión social de las personas de mayor edad.

            Sería cuestionable que este ritmo de cambios nos esté llevando hacia mejoras en el medio social. Curiosamente diría que a más cambios lo que demanda la sociedad es mayor estabilidad en los procesos.

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