Diría que uno de los rasgos que
vienen a caracterizar la sociedad actual es que hemos convertido la vida
privada en un espectáculo televisivo. Además, diría que con buenos niveles de
audiencia. Son muchos los programas que se dedican a lo que podríamos denominar
“el chismorreo público”.
La
referencia inicial que marco el camino a otros posteriores fue “Gran Hermano”,
pero luego han sido otros muchos los que han seguido su estela. Todo se pone en
ese escaparate, desde los padres que ponen a sus hijos en una especie de
subasta para tener pareja al cambio de madre. Como se busca el morbo es
habitual que se incluyan referencias sexuales. El último ejemplo es el de “la
isla de las tentaciones”. Incluso aquellos que no seguimos este tipo de
programas podemos ver referencias de ellos en los distintos periódicos, lo que
nos da idea de su capacidad de impacto. Se puede apuntar que es muy probable
que el nivel de popularidad que alcanzan los intervinientes en esos programas
sea superior al de los ministros de gobierno o el de los premios Cervantes (por
poner un ejemplo).
En
mi opinión todo ello dibuja también la imagen de una pérdida de valores
sociales. Es un poco el “todo vale” en el que las relaciones personales se
exponen en un escaparate público a cambio de un beneficio económico. Las
personas se convierten en personajes a los que se despoja de su propia
condición humana.
En
tanto escaparate se buscará a aquellos que se considere que pueden dar “más
juego” en el programa. Supongo que en ello primará lo que pueda ser su físico o
su edad. También en alguno de ellos se busca a personas que han tenido cierta
fama por cuanto ello alimenta el chismorreo de lo que puedan ser sus formas de
conducta ante distintos estímulos.
La
fugacidad es otra de las características de esta sociedad del espectáculo. En
buena medida las personas duran lo que duran sus personajes. Es la sociedad de
consumo de “usar y tirar” que también se extiende al plano de las relaciones
humanas. Aquí además se puede decir que ni siquiera se plantea “el reciclaje”,
ni tampoco una “selección de residuos”. Son la paradoja de una sociedad que
dice una cosa y hace la contraria.
En
nuestra sociedad actual prima la imagen y hay poca oportunidad a la reflexión.
Podríamos decir que cada vez más nos encontramos con un medio social vacío de
contenidos. Va ganando “el mirar” frente “al pensar”. Si en el mercado ganan
peso los productos de “comida preparada” en el ámbito intelectual la traslación
podemos decir que pierde peso “la elaboración propia de los pensamientos”. En
todos los campos se prefiere que “nos hagan” frente “al hacer”. Al final esto
es algo que con distintas “traducciones” se extiende a los modos de vida
actual.
Sin
embargo, esta sociedad del escaparate se enfrenta a retos cada vez más
complejos y complicados. Ya sea en la ecología, en la sanidad o en la economía
las exigencias para resolver nuestros problemas son mayores. Cada vez es mayor
la evidencia de una distorsión entre lo que son los retos sociales y la
caracterización de este medio social para afrontarlos.
La
comodidad y la rapidez son valores sociales que van ganando peso. Ello es en
detrimento de otros como el esfuerzo o la duración de las cosas. Los principios
se asientan en los anclajes de una permanencia en el tiempo. Son valores que
trascienden generaciones o que incluso van más allá de los criterios
ideológicos de cada uno. Sin embargo, en el momento actual la fugacidad hace
que lo que hoy es válido tal vez mañana ya no lo sea. Ello hace que estemos en
una inestabilidad permanente.
Para
avanzar en nuestros objetivos es necesario fijar una dirección y marcar un
rumbo. En tanto las cosas son complicadas se necesita una continuidad y permanencia
en el modo y formas de conducta. Pensemos por ejemplo en todo lo que supone el
cambio climático. La solución no es ni de un día para otro, ni tampoco aquella
que cambia continuamente en su orientación. Hay que marcar un rumbo y
mantenerlo. Habría que preguntarse si esta “sociedad de escaparate” es la que
mejor nos lleva a avanzar en ese objetivo.
Tendemos
a buscar culpables siempre en “los otros”. Ello dificulta que podamos
rectificar en nuestros hábitos de conducta. Siempre se tiende a esperar que el
cambio que se demanda lo haga “el otro”. Parece que nunca llega el momento para
que lo hagamos nosotros mismos. En tanto “los otros” esperan que lo hagamos
“nosotros” pues al final no lo hace nadie. Sería aquello de “unos por otros la
casa sin barrer”.
Hace
falta pasar de una sociedad que prima las apariencias a otra más de esencias.
Los medios de comunicación también tienen mucho que aportar en ello. Hay que
lograr que aquello que “tiene su carga de profundidad” interese y sea además
divertido. Todo un reto.
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