Yo
provengo de una familia de comerciantes. Mis padres lo fueron en su momento, mi
abuelo también (en su negocio de Villanueva de Carrizo), mi hermano lo hace
actualmente en su tienda en el centro de la ciudad de León. Tal vez por ello
mismo he desarrollado una mayor sensibilidad hacia la actividad comercial.
Hace
unos días escuchaba a mi hermano una entrevista, en la que explicaba la filosofía
de su negocio, con la que me sentía plenamente identificado. Creo que en el
acto de compra los consumidores hacen también una elección sobre el futuro de
una población. Así desde la perspectiva
de “pensar en el cliente” se eligen productos de calidad que satisfagan a su
clientela y para ello deben pasar la prueba del que lleva ese producto a su
establecimiento. Ese sería el primer filtro que exige examinar la oferta
existente, conocer las novedades...
Además
frente a los mercados globales, el pequeño comercio dirige el producto que
tiene a los proveedores locales y la producción más artesana. No es algo
exclusivo sino que además debe de reunir el anterior, que sean productos de
calidad.
Desde
esa perspectiva se favorece por un lado
una producción de calidad y por otro el desarrollo de economías en las zonas
más próximas. También tiene consecuencias
ecológicas ya que ese consumo
por un lado de acuerdo a los propios
ritmos naturales (con productos en la estación a la que le corresponden) y
por otro evitando costes innecesarios
en el transporte (costes económicos
pero también ecológicos). Alterar esos ritmos naturales de la presencia de
productos en el tiempo que le corresponde también afecta a la propia calidad
del producto, a su sabor y a su precio. Diríamos que es bastante habitual que
en esa alteración de los ritmos naturales se compre un producto peor a un
precio más caro. No parece que ello tenga mucha lógica.
Todo
ello es lo que yo denomino “comprar el
futuro”. El favorecer el comercio local que a su vez promociona la compra
de productos artesanos de calidad en las poblaciones próximas, produce flujos
económicos que inciden directamente en esos territorios. Se promueve empleo
unas veces directo y otras indirecto. El dinero que productor y vendedor generan con su negocio
revierte directamente en la economía local en tanto ellos gastan también en ese
propio medio. Frente a ello hay otras alternativas que llevan su beneficio
fuera. Esta misma filosofía se podría aplicar cuando la elección se debe establecer
entre empresas radicadas en España o fuera. Es decir ese “comprar el futuro” tiene unas consecuencias económicas claras.
Además
también las tiene en el plano de la ecología,
en la preservación del propio medio natural. Para empezar contribuye al
mantenimiento de nuestros pueblos, muchas veces esas industrias artesanales se
ubican en pequeñas poblaciones a las que logran revitalizar en función de esa
actividad que empiezan a desarrollar. Otro medio es acercar los ritmos de
producción natural a los momentos de consumo. El futuro de ese medio natural también se elije en el momento de la
compra.
Creo en la libertad de elección y no
en aquellas iniciativas que imponen una política proteccionista con criterios
puramente políticos. Sería el caso de lo que hace “Tierra de Sabor” que busca
imponer a los productores y consumidores unas normativas puramente de contenido
ideológico. Es lo que yo aludía en otro artículo que titulaba “Tú comes, lo que
yo (La Junta) digo”. Además es la protección de lo castellano contra lo leonés
(de la que promueve su desaparición). Frente a esas imposiciones “por decreto”
creo que hay que impulsar en los
consumidores un tipo de conducta que es
el que hemos tratado de explicar en este artículo.
Cuando el producto “habla” a través de la
persona que te atiende tiene un valor absolutamente distinto de ese otro
producto impersonal que se encuentra en una estantería sin más. Cuando en
ese “hablar” del producto trasciende el conocimiento y el convencimiento del
vendedor desde posiciones honestas ello repercute directamente en beneficio de
la compra.
Todo
ello tiene impacto directo en productos “no estandarizados” e incluso más en
los de compra ocasional que en los de compra más diaria y habitual. En lo que
compramos cada día tenemos más criterios propios que en esa otra compra que
hacemos más esporádicamente.
Es
fundamental que se establezca una
conexión entre “producto” y “comprador” y ello se hace en el pequeño comercio que conoce tanto a su producto
como los gustos y preferencias de sus clientes. Incluso cuando ese
comprador no es habitual y entra por vez primera al establecimiento tiene la
oportunidad de expresarlas de hablar con aquel que le vende y con ello aumentan
las posibilidades de acertar en la elección.
Comprar el futuro es tarea de todos y
creo que ya hemos dejado pasar demasiados “trenes”.
David
Díez Llamas. Sociólogo (Dedicado a mi hermano Luis Miguel)
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