LA CULPA, ES DEL OTRO.
Uno de los signos de estos tiempos
que vivimos, en que los problemas son abundantes, es considerar que siempre hay
un “otro” al que culpar. Puede ser el gobierno anterior o el gobierno actual,
pueden ser los sindicatos o la patronal… pero siempre será “el otro”. En tanto
esto es así se demandan que los cambios de conducta los haga ese otro ya que al
parecer nada hay que cambiar en los modos de conducta y actitudes de cada uno y
del propio colectivo.
En tanto las rectificaciones las deben
hacer “otros” la consecuencia es que nos mantenernos en el estatismo, ya que
esperamos que los cambios los efectúen “los otros”. Sin embargo consideramos
que para superar la situación actual debemos efectuar cambios y que no hay que
esperar a que sea ese otro el que cambie.
Todos debemos asumir nuestra cuota
de responsabilidad en haber llegado a la situación a la que hemos llegado. Es
necesario la humildad de admitir que en algo nos hemos equivocado y que no
siempre el error está sistemáticamente
en “el otro”. Sólo así estaremos poniendo las piedras del edificio que
permite mejorar en nuestros modos de conducta.
Uno tiende a pensar que “la culpa”
es plural y no se conjuga en singular. No es aplicable a un único color
político, ni tampoco a un solo estamento social. La gravedad de la crisis se
debe en buena medida a la propia extensión de conductas inadecuadas en todo el
ámbito social e institucional. El problema es que el mal se ha extendido mucho
y dista de estar focalizado.
Tal vez la ciudadanía ha estado
demasiado a la espera de que las medidas y soluciones las adopten otros. Hay
una excesiva distancia del ciudadano frente a las instituciones. Entendemos que ello se debe en buena medida
consecuencia de la falta de confianza en una clase política que no se ha
distinguido por adoptar conductas suficientemente ejemplarizantes. Es necesario
liderazgos que demandando sacrificios a la ciudadanía sean ellos los primeros
en aplicárselos. Puede ser comprensible que tendamos a pensar que los
sacrificados somos nosotros mientras “los otros” siguen igual o mejor que
antes. Pero es probable que otros también piensen así de nosotros mismos así
que una cuota de sacrificio nos debe corresponder.
Hay que evitar caer en la demagogia
que muchas veces se asocia a palabras huecas, por muy grandilocuentes que
suenen. Un principio para superar un problema es asumirlo como lo que es, con
todo el grado de objetividad que sea
posible. Para ello hay que basarse en datos que sean fiables y evitar elegirlos
a nuestra conveniencia para demostrar un “a priori” previo a la propia lectura
de los datos.
Las conductas responsables se
ejercen desde la libertad, aunque también la libertad favorece que abunden los
irresponsables. Diría que la base de la crisis es que hemos vivido por encima
de nuestras posibilidades y ahora cuesta mucho más ajustarse a una realidad
excesivamente deteriorada por esos excesos.
Se hace necesario establecer
mecanismos de control que nos midan de modo objetivo la situación en cada
momento. Ello facilitará que se tomen medidas con suficiente rapidez, evitando
así que la situación se agrave y nos dificulte la capacidad de reacción para
poder superarla. Esta necesidad de mecanismos de control se puede decir que es
válida para las instituciones pero también para las economías particulares. Hay
que evitar que las deudas crezcan por encima de nuestras posibilidades.
Hace falta también que aquellos
organismos encargados de ejercer el control de instituciones y empresas se
ganen una confianza que han ido perdiendo. Nos referimos a las agencias de
calificación que una semana antes de la quiebra de Lehman Brothers le daban la
máxima calificación. Ello hizo mucho daño al valor propio de la confianza que
puede considerarse básico en el sistema financiero. Habría que recordar que la
contabilidad de los recursos en un banco se mide únicamente en un número
anotado en un papel, por ello es básica la confianza que podamos tener en quién
nos da esos apuntes. Si desconfiamos en aquellos que se encargan de valorar la
confianza de las empresas ellos hace que se extienda un clima de desconfianza
generalizado hacia todo y todos (probablemente injusto).
Para avanzar en la superación de la
crisis actual es necesario diferenciar lo que es un derroche, de lo que es
simplemente conveniente y aquello otro que es necesario. También habrá que
diferenciar como se aplican esos cambios a los diferentes segmentos de
población.
Creemos que la demanda de cambios que se puedan hacer “al
otro” puede ser perfectamente legítima pero en ningún caso debería estar exenta
de modificar, desde la responsabilidad, nuestros propios hábitos de conducta.
Si esperamos que la solución de las
cosas esté en “los otros” será muy complicado que podamos a llegar a superar la
situación actual. Es necesario actuar
desde la responsabilidad y considerar que en el estado actual de las cosas las culpabilidades son
compartidas y no exclusivas. El cambio debe empezar por nosotros mismos.
David
Díez Llamas.
Sociólogo.
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